Rosamel del Valle
EL SOL ES UN PÁJARO CAUTIVO EN EL RELOJ
(fragmentos)
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Desastre Nº 25. Alto ahí hombre vestido de sol y dueño del mundo / no des un paso más hacia mi jardín con planetas verdes todavía / no des un paso más hacia mi mar congelado porque un perro verdaderamente solar duerme entre el ramaje del árbol más imposible de reconocer a causa de los cuchillos tatuados que le muestra el viento mucho más libre que los sentidos y que no recurre a historia alguna para creer que ésas son sus hojas y no las que le inventa la primavera / dormido como estoy en la ventana por cuyos cristales atravesará hoy o mañana la mujer sin nombre que me visita a la hora justa de las catástrofes y quien justificadamente ignora todo negocio relacionado con lo que no sea por ejemplo la sorpresa / ¿nunca te será posible ya no digo aceptar sino comprender elsignificado de la estrella que se derrite en cada palabra cuando el corazón está más enjaulado que los leones en el zoo? / hay una línea de la mano que rechaza con solemnidad cuanta imagen del fastidio se le pasea por el dorso y eso significa que no debes insistir ni protestar sino dejarme vivir junto a mi fogata donde una lengua de fuego canta "Anoche cayo un planeta en el jardín" y que parece venir de más allá de donde otra lengua le responde con el estribillo "Junto a la ventana hay un mar de jabón" aunque no sea más que para indicarme que mi noche está verdaderamente poblada de catástrofes.
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Pegada al muro, la sombra. El día más lúcido, el día de los imanes viene de los ojos ruidosos, de los gestos que me invitan a viajar por hilos insostenibles, fieles a la atracción peligrosa, húmedos y fríos instrumentos de la mirada en exilio. La sombra se reúne con el sol y la hierba y algo que debe ser mi posible perennidad se derrumba sonriendo sobre el lecho más brillante que el mar.
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El hombre tiene que reunir su soledad como el astrónomo reúne cada noche sus estrellas. El ejercicio consiste, para uno, en el recuento de los actos y pensamientos para extraer imágenes invisibles de las visibles y formar así el movimiento desde el cual surgirán sus actos y pensamientos futuros y los medios secretos para expresarlos; para el otro, en adiestrarse en el recuento de sus constelaciones, profundamente solo y preocupado del ruido que puedan hacer de pronto en su cielo una estrella o un cometa. Por supuesto, nada impide que otros hombres y otros astrónomos se permitan quebrantar su voluntad y, llevados por el miedo, acepten el convite de los que rehuyen el cielo y soledad porque les sobra jolgorio y resonancia para hartarse a sí mismos. Mas, ninguna mayor hartura para el hombre que la de saber regocijarse con sus propios secretos.
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Este sueño crispado se complace en romper los instantes que le son al corazón lo que las hojas al árbol.
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Ninguna ciencia más profunda que la de pasar la mano por la frente de la noche y sentir el contacto de los rayos perdidos del sol que se le prendieron al despojarlo de su reino. Quiero un estremecimiento así para cada uno de mis pensamientos, para cada una de mis palabras y mis actos porque de otro modo corro el riesgo inútil de no saber lo que dice el corazón por la noche. Quiero cortarle las alas al temblor nocturno y atraerlo hacia la piedra de los sueños hipnotizada por mí y sin más intervención que la idea de caminar por los bosques del país que no existe. ¿Necesito para ello rechazar el contacto turbio y el consejo llamado cordial de cuanto ser lúcido me rodea no para hacerme compañía sino para destruirme? Evidentemente, no de otra manera es posible aclarar la existencia contaminada con ideas comunicables ni apartar para mí el rayo de sol, perdido entre los otros, que con su palidez de serpiente atrapa y golpea con mayor fuerza. Quiero una magia mayor, tatuada de signos, una magia de uso imposible, una magia semejante a la del corazón en sus momentos más desesperados. Por algo el hombre es un signo y no, como se quiere creer, la experiencia manejable y transportable. Con una llave de oro así nada de imposibilidades, nada de terrores en rebelión permanente en la mirada, nada de obediencia servil, nada de lo que se da en llamar beso en la mejilla o adoración a toda prueba. Ni convivencia con el oso vestido de semejante para el reparto de consignas terrestres o celestes, ni nada con el gusano ansioso de resplandecer antes de tiempo. Que el ambiguo mensajero venga y diga su palabra. ¿A quién, sino a mí le tocaría escoger? Aún más, ¿a quién sino a mí le sería permitido señalar la exacta puerta por donde debe pasar, el exacto cielo para quemarse los ojos, la exacta tierra donde es acogido descalzo y sin el tatuaje no poco mixtificador de la ninguna ciencia, de la ninguna magia, de la ninguna poesía? Ah, no. Quiero una fuente más clara y más rodeada de pájaros que la mujer-noche o la mujer de vidrio que me sigue sin cesar en cada uno de mis sueños.
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Sé que el reloj que me espía encenderá el último silbido mensajero que debe resonar a lo largo de mis huesos por largo tiempo desobedientes girasoles y ahora atrapado por el más sonámbulo diamante lunar que el tiempo identifica, quiérase o no, más que con la vida, con la muerte. Sé que la puerta de oro se abrirá a la hora justa y que el dragón solar perderá sus dientes a causa del silencio sin fin, y que la noche amaestrada por mis ejercicios secretos se colgará de la rama más alta del árbol a cuya sombra fabriqué, precisamente, este reloj de tantas lenguas para complacencia y regocijo de mi corazón cómplice del resplandor de todas las piedras levantadas.
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