Isidore Ducasse
Conde de Lautréamont
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Las perturbaciones, las ansiedades, las depravaciones, la muerte, las excepciones en el orden físico o moral, el espíritu de negación, los embrutecimientos, las alucinaciones favorecidas por la voluntad, las tribulaciones, la destrucción, los transtornos, las lágrimas, la insacibilidad, las servidumbres, las imaginaciones atormentadoras, las novelas, lo inesperado, lo que no debe hacerse, las singularidades químicas de buitre misterioso que acecha la carroña de alguna ilusión muerta, las experiencias precoces y abortadas, las oscuridades con caparazón de chinche, la monomanía terrible del orgullo, la moculación de los estupores profundos, las oraciones funebres, las envidias, las traiciones, las tiranías, las impiedades, las irritaciones, las mordacidades, los exabruptos agresivos, la demencia, el spleen, los terrores razonados, las inquietudes extrañas que el lector preferiría no sentir, las muecas, las neurosis, las hileras ensangrentadas por donde se hace pasar la lógica sin salida, las exageraciones, la falta de sinceridad, la verborrea de los pelmazos, las vulgaridades, lo sombrío, lo lúgubre, los partos peores que los crímenes, las pasiones, el clan de los novelistas de los tribunales, las tragedias, las odas, los melodramas, los extremos presentados a perpetuidad, las razón silbada impunemente, los olores de los cobardes, las desazones, las ranas, los pulpos, los tiburones, el simún de los desiertos, todo lo que es sonámbulo, sospechoso, nocturno, somnífero, noctámbulo, viscoso, foca parlante, equívoco, tuberculoso, espasmódico, afrodisíaco, anémico, tuerto, hermafrodita, bastardo, albino, pederesta, fenómeno de acuario y mujer barbuda, las horas llenas de desaliento taciturno, las fantasías, las asperezas, los monstruos, los silogismos desmoralizadores, las basuras, lo que como el niño no reflexiona, la desolación, ese manzanillo intelectual, los chancros perfumados, los muslos con camelias, la culpabilidad de un escritor que cae por la pendiente de la nada y se desprecia a sí mismo con gritos de alegría, los remordimientos, las hipocresías, las perspectivas inciertas que os trituran con sus engranajes imperceptibles, los graves salivazos sobre los axiomas sagrados, la piojería y sus cosquilleos insinuantes, los prefacios desatinados como los de Cromwell, de la señorita de Maupin y de Dumas hijo, las caducidades, las impotencias, las blasfemias, las asfixias, los ahogos, las rabias -ante esos inmundos osarios, cuyo nombre me hace enrojecer, es tiempo ya de enfrentarse contra lo que nos ofende y doblega tan autoritariamente.
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