lunes, 14 de julio de 2008

LOS GATOS DE ULTHAR - H. P. LOVECRAFT

Se dice que en Ulthar, que queda más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un gato; y puedo creer esto con firmeza mientras observo uno de ellos que descansa y ronronea junto al fuego. Porque el gato es enigmático y está muy cerca de las cosas extrañas que los hombres no pueden ver. Es el alma del antiguo Egipto y portador de cuentos que provienen de ciudades olvidadas en Meroe y Ophir. Es pariente de los señores de la selva, y heredero de los secretos de la remota y siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla su mismo idioma; pero el gato es más antiguo que la Esfinge, y recuerda aquello que ella ha olvidado.
En Ulthar, antes de que las autoridades prohibieran la matanza de gatos, vivía un viejo granjero y su esposa, quienes se divertían con entrampar y asesinar los gatos de sus vecinos. No sé por qué hacían eso; a menos que, como muchos, detestaran la voz del gato por la noche, y que les molestara que corriesen a hurtadillas por los patios y los jardines al anochecer. Pero cualquiera fuera la razón, este viejo y su mujer se complacían con la captura y la muerte de cada gato que pasaba cerca de su cabaña; y por algunos de los sonidos que se escuchaban al caer la noche, muchos naturales del lugar imaginaban que esa manera de matar era peculiar en grado sumo. Pero los lugareños no discutían tales cosas con el viejo y su mujer debido a la expresión de las caras marchitas de los dos y porque su cabaña era tan pequeña y estaba escondida debajo de un robledal en la parte trasera de un patio abandonado. En verdad, por más que los dueños de los gatos aborrecieran a esa extraña pareja, los temían más y, en lugar de juzgarlos y de tratarlos como a asesinos brutales, solo cuidaban que ninguna de sus queridas mascotas o ratoneros se desviara hacia la cabaña oculta bajos los árboles oscuros. Cundo, por algún descuido inevitable, algún gato se extraviaba y se oían los ruidos después, al anochecer, el perdedor se lamentaba impotente o se consolaba mientras agradecía al destino que no fuera ninguno de sus hijos el que había desaparecido de esa manera. Porque la gente de Ulthar era simple, y desconocía de dónde habían venido los primeros gatos.
Un día, una caravana de extraños trotamundos provenientes del sur entró en las estrechas y empedradas calles de Ulthar. Eran vagabundos de piel oscura muy distintos de los otros viajeros que atravesaban el pueblo dos veces al año. En la plaza del mercado, dijeron la buenaventura por una moneda de plata y compraron alegres abalorios a los comerciantes del lugar. Nadie pudo decir cuál era la tierra de estos extranjeros; pero se los vio dados a extrañas oraciones; habían pintado en los costados de sus carros, singulares figuras con cuerpos humanos y cabezas de gatos, halcones, carneros y leones. Y el líder de la caravana llevaba un tocado con dos cuernos y un disco sorprendente entre los cuernos.
En esta singular caravana, había un pequeño muchacho sin padre ni madre, con la sola compañía de un gatito negro al que cuidaba con cariño. La peste no había sido generosa con él, pero le había dejado esa pequeña criatura peluda para aliviar su tristeza; y cuando uno es muy joven, puede encontrar un gran consuelo en las travesuras de un gatito negro. De este modo, el muchacho al que la gente de piel oscura llamaba Menes, sonreía con mayor frecuencia de lo que lloraba mientras se sentaba a jugar con su gracioso gatito en los escalones de un carro pintado de manera extraña.
En la tercera mañana de la llegada de los trotamundos a Ulthar, Menes no encontró a su gatito; y mientras lloraba a gritos en el mercado, algunos lugareños le hablaron del viejo, de su mujer y de los sonidos que se escuchaban por la noche. Y, cuando el chico escuchó estas cosas, su llanto dio paso a la meditación y, después, a la oración. Extendió sus brazos hacia el son y rezó en una lengua que ningún aldeano pudo comprender; aunque, de hecho, ninguno de ellos intentó hacerlos porque tenían toda su atención puesta en el cielo y en las formas sorprendentes que las nubes adquirían. Era muy extraño, pero mientras el muchacho formulaba su pedido, sobre su cabeza, parecían formarse oscuras, brumosas figuras de cosas exóticas y de criatura híbridas coronadas por discos con cuernos a los costados. La naturaleza está llena de estas ilusiones que impresionan a los imaginativos.
Esa noche, los trotamundos dejaron Ulthar y nunca más se los volvió a ver. Y los vecinos se preocuparon cuando se dieron cuenta de que en todo el pueblo no había quedado ni un solo gato. De cada hogar, había desaparecido el gato doméstico. Los gatos grandes y pequeños, negros y grises, rayados, amarillos y blancos. El viejo Kranon, el burgomaestre, juró que la gente de piel oscura se había llevado los animales como venganza por la muerte del gatito de Menes; y maldijo a la caravana y el muchacho. Pero Nith, el escuálido notario, aseguro que el viejo granjero y su esposa eran, con toda seguridad, más sospechosos porque su odio por los gatos era evidente y cada día, más descarado. Sin embargo, nadie tuvo el coraje suficiente coma para enfrentarse con la siniestra pareja; ni siquiera cuando el pequeño Atal, el hijo del posadero, juró que aquel atardecer, había visto a todos los gatos de Ulthar en ese patio maldito, bajo los árboles, caminando, lentos y solemnes, en círculo alrededor de la cabaña; iban en pareja, como si realizaran algún rito animal desconocido. Los lugareños no supieron cuánto creer de un niño tan pequeño; y aunque temían que la malévola pareja hubiera hechizado a los gatos para matarlos, prefirieron no enfrentarse con el viejo campesino hasta encontrarlo lejos de su sombrío y repelente patio.
Así que Ulthar se fue a dormir en medio de un enojo inútil porque cuando la gente despertó al amanecer, ¡cada gato había regresado a su hogar! Grandes y pequeños, negros y grises, rayados, amarillos y blancos, ninguno faltaba. Aparecieron gordos, relucientes y ronroneando satisfechos. Los ciudadanos comentaron unos con otros lo sucedido y se maravillaron bastante. El anciano Kranon insistió, una vez más, en que los viajeros de piel oscura se los habían llevado, ya que ningún gato había vuelto vivo de la cabaña del viejo y de sus mujer. Pero todos concordaron en que la negativa de los gatos de comer sus porciones de carne o beber sus tazones de leche era curiosa en extremo. Y durante dos días completos, los gatos de Ulthar, pulcros, perezosos, no tocaron la comida, solo se limitaron a dormitar cerca del fuego o bajo el sol.
Transcurrió una semana entera hasta que los lugareños notaron que, al atardecer , no aparecía ninguna luz en las ventanas de la cabaña bajo los árboles. Entonces el escuálido Nith aseguró que nadie había visto al viejo ni a su esposa desde la noche en que los gatos estuvieron afuera. A la semana siguiente, el burgomaestre decidió superar sus miedos y llamar a la extrañamente silenciosa vivienda como una cuestión de deber, aunque tomó la precaución de llevar con él a Shang, el herrero, y a Tul, el cortador de piedras, como testigos. Y cuando echaron la frágil puerta abajo y una vez adentro, encontraron dos esqueletos humanos limpios de carne sobre el suelo de tierra del patio, y varios singulares escarabajos que se arrastraban por las esquinas tenebrosas.
Con posteridad los habitantes de Ulthar tuvieron mucho para conversar. Zath, el forense, mantuvo una larga discusión con Nith, el escuálido notario, y Kranon, Shang y Tul fueron abrumados por preguntas. Hasta el pequeño Atal, el hijo del posadero, fue detenidamente interrogado y después le dieron una golosina como recompensa. Hablaron del viejo y de su esposa, de la caravana de oscuros trotamundos, del pequeño Menes y de su gatito negro, de la plegaria de Mens y del cielo durante la oración, de la manera de actuar de los gatos en la noche en que la caravana partió, y de lo que se encontró después en la cabaña, bajo la oscuridad de los árboles en el repulsivo patio.
Y, por último, las autoridades aprobaron aquella extraordinaria ley que más tarde fue comentada por los comerciantes de Hatheg y discutida por los viajeros en Nir, a saber, que en Ulthar, ningún hombre puede matar un gato.





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