1910
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El pabellón de mi oreja se palpaba fresco, áspero, frío y jugoso como una hoja.
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Es totalmente cierto que escribo esto porque estoy desesperado a causa de mi cuerpo y del futuro con este cuerpo.
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Cuando la desesperación resulta tan definida, tan vinculada a su objeto, tan contenida como la de un soldado que cubre la retirada y se deja despedazar por ello, entonces no es la verdadera desesperación. La verdadera desesperación ha ido, siempre e inmediatamente, más allá de su meta, (al poner esta coma, se ha demostrado que sólo la primera frase era cierta).
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¿Estás desesperado?
¿Sí? ¿Estás desesperado?
¿Escapas? ¿Quieres esconderte?
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Los escritores hablan hediondez.
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Las costureras de ropa blanca bajo el aguacero.
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Al fin, tras cinco meses de mi vida en los que no pude escribir nada que me dejase satisfecho, y que ningún poder me compensará, aunque todos se sintiesen comprometidos a ello, me viene la ocurrencia de hablar una vez más conmigo mismo. Seguía dando siempre una respuesta, cuando realmente me preguntaba algo, seguía existiendo siempre algo que arrancar de mí, de ese montón de paja que soy desde hace cinco meses y cuyo destino parece ser encenderse en verano y arder antes de que el espectador pestañee. ¡Ojalá me sucediese esto! Y que me sucediera decenas de veces, porque ni siquiera me arrepiento de esa época infortunada. Mi estado no es la desdicha, pero tampoco es dicha, ni indiferencia, ni debilidad, ni agotamiento, ni cualquier otro interés, ¿qué es entonces? El hecho de que no lo sepa se relaciona sin duda con mi incapacidad de escribir. Y ésta creo comprenderla sin conocer su causa. De hecho, todas las cosas que se me ocurren, no se me ocurren desde su raíz, sino sólo desde algún punto situado en su mitad. Que intente entonces alguien agarrarlas, que alguien intente coger una hierba y retenerla junto a sí, cuando esta hierba sólo crece desde la mitad del tallo para arriba. Tal vez puedan hacerlo algunos individuos, por ejemplo, algunos malabaristas japoneses que se suben a una escalera de mano cuya parte inferior no está posada en el suelo sino en las plantas de los pies de una persona semitendida, y cuya parte superior no se apoya en la pared, sino se cierne en el aire. Yo no puedo hacerlo, aparte de que mi escalera no dispone siquiera de aquellas plantas de unos pies. Naturalmente esto no es todo, y no basta semejante demanda para hacerme hablar. Pero al menos deberían dirigir hacia mi una línea cada día, como dirigen ahora el telescopio hacia los cometas. Y si yo apareciese entonces una vez ante esa frase, atraído por esa frase como lo estuve por ejemplo la navidad pasada, cuando había llegado a un punto en que apenas si podía ya contenerme y en que realmente parecía hallarme en el último peldaño de mi escalera, la cual descansaba tranquilamente en el suelo y en la pared. Pero, ¡qué suelo, qué pared! Y sin embargo la escalera no se caía, tanto la apretaban mis pies contra el suelo, tanto la alzaban mis manos contra la pared.
Hoy, por ejemplo, he cometido tres impertinencias, unas con un conductor, otra con una persona que me han presentado; bueno, no han sido más que dos, pero me duelen como un dolor de estómago. Si en cualquier otra persona habrían sido impertinencias, cuánto más en mi caso. Así que, me salí de mis casillas, me debatí en el aire, en medio de la niebla, y lo que es peor: nadie se dio cuenta de que, con mis acompañantes, cometí también la impertinencia como tal impertinencia, tuve que cometerla, tuve que asumir la expresión adecuada, la responsabilidad; no obstante, lo peor fue que uno de mis acompañantes ni siquiera tomó esa impertinencia como tal impertinencia y la admiró. ¿Por qué no me quedo encerrado en mí mismo? Evidentemente, ahora me digo: mira, el mundo acepta tus golpes, el conductor y la persona que te presentaron permanecieron en silencio cuando tú te alejaste, y el último de ambos incluso te saludó. Pero esto no significa nada. No puedes conseguir nada si te abandonas, pero cuántas cosas desatiendes además dentro de tu círculo. A estas palabras, respondo tan sólo: prefiero dejarme golpear dentro de este círculo, que dar golpes yo mismo fuera de él, pero ¿dónde diablos está este círculo? Hubo una temporada en la que lo veía en el suelo, como marcado con cal; pero ahora anda flotando a mi alrededor, no, ni siquiera flota.
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Noche del cometa, 17-18 de mayo. He estado con Blei, su mujer y su niño; a ratos, saliendo de mi interior, he oído algo así como el gemido de un gatito, incidentalmente pero con indudable insistencia.
Cuántos días han transcurrido nuevamente en silencio; estamos a 28 de mayo. No tengo siquiera la resolución de tomar cada día este portaplumas, este pedazo de madera en mi mano. Estoy convencido de que no la tengo. Remo, monto a caballo, nado, me tiendo al sol. Por ello las pantorrillas están bien, los muslos no están mal, el vientre puede pasar, pero el pecho está impresentable y si la cabeza hundida entre los hombros me...
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Domingo, 19 de julio de 1910, dormir, depertar, dormir, despertar, perra vida.
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