miércoles, 21 de diciembre de 2011

Mahfúd Massís - Poemas


EXPEDICIÓN DEL TIEMPO

 

Lo despistado, lo roto, me sigue detrás como un caballo muerto.
Lo que cayó en el paño de las indecisiones,
el agua terca, y quedó tirado en el camino.
En este vaso con un perro adentro, y que bebo solitario en esta noche,
frente a resoluciones quemadas, a un ángel como si fuese de hueso,
penetro otra vez en mí, desciendo en un largo viaje,
oliendo el camino, fumándome el tabaco del alma,
o interrogando al enano que vive a espaldas de mi rostro.
Pero hay una piel negra, un tiempo de labio leporino,
algo rasgado y esencial entre esta muerte de ahora y el candado seco de otras floraciones.
Partieron los días, como golondrinas de arena, o la amante de tristes ojos,
y cuanto intenté rescatar está como cuero tendido.
Yo te recuerdo atravesada por la jabalina del tiempo.
¡Qué largo andar ! ¡Qué largo viaje para este día !
Abarcabas el espacio negro, acariciabas el hocico de las horas, y yo, tenaz, ardiente, miserable,
retrotrayendo un azar temible, un velo despedazado en el estupor pretérito,
pero lejano, irremediable, como una nube entre la pierna abierta.

VERGÜENZA

 

Vergüenza de vivir.
Ser un pólipo
en esta oceanía de sangre, abandonado ya, sin armazón,
cuando sólo quisiera celebrar la pascua
del asesino,
porque no existe más salvación que la trémula ira,
ni más alfombra que el cadalso, ni otro hoyo que el mar.
No hay más gallo que este muerto que canta al lado mío.
¡Oh, qué modo de vivir
tocando a cada instante la cabeza de un niño podrido!


 SESOS Y ORQUÍDEAS

Angel invasor, en esta y en la otra vida,
dime ¿de qué astro descendí, como un carnero barbado, alado y miserable sobre estas piedras ?
Bajo un ramaje glacial, en una luna que apenas reconozco, al pie de una higuera en que grabé tu terrible nombre,
viví en el fósforo de unos ojos, que amaron la luz de este pobre cielo. Pasé. Ardí como una yesca. Me echaron en una fosa.
La tristeza me siguió como una yegua. Amé una flor,
el esqueleto de una mujer. Escribí en el muro unas palabras negras.
¿Qué más ? La vida se secó como la alfalfa, se quebró como un hongo seco.
¿Qué sueño de fúnebre enano me arrojó sobre estas piedras ?
Se me acabó la cara, como la ropa al mendigo, como la paleta al oso viejo.
¿A dónde vas, joven idiota ? ¿Por qué fumas
tu pipa, y avanzas sobre los fosos, aullando como un demente en la primavera ? Muere el hombre ¡ay ! y su pierna sigue caminando,
buscando un rostro en la lividez del sueño, un hacha en la tormenta,
pero yo te busco más allá, máscara soñada, saltando sobre los huevos y las cruces, y cavo, cavo sin cesar, para encontrar tu cabeza furiosa.



EPITAFIO A LA MEMORIA

Como un hacha plegada, o un aire rendido a un viejo territorio, pasáis como ancianos roncos
ante el caballero caído bajo las piedras,
amarillo, sin dedos ya, como zapallo de ultratumba.
La noche y su hembra ciega echaron estos huesos en el bulevar, despojos que pesan en el corazón
como gladíolos, o los ojos del padre muerto.
Dejad que caiga esta pierna en el mar, el mar profundo.
¡Oh, alma !, pingajo quemado, tigre sin rayas en la gran gema difusa, lingote seco en el furor pálido,
espera un descendimiento, una voz cayendo desde arriba,
porque, ciertamente, el cuervo de las alucinaciones, el cuervo, reo de tristezas,
creará un día su propia fábula, su corazón por encima de la memoria, y su pecho de oro, su viento rasgado,
muerde el oído del tiempo, apenas, y de rodillas.}


RONCAN LOS ESPECTROS


Es preciso armarse contra la divinidad.
¡Ay, es preciso!
Los difuntos, con sus vejigas coloradas,
se levantan en la medianoche y roncan.
Los dioses
seran vencidos por los piojos, y diran a1 dragón: tú eres el panteonero.
En cada cifra del reloj habrá un ojo de muerto.
Las mujeres parirán pequeños reptiles,
y un conjunto de ánimas silvestres dirá:
bienvenidos,
el Creador acaba de morir.
Los dioses
bienvenidos,
Es preciso armarse contra la divinidad. ¡Es preciso!
Los ruidos subalternos, los vasos de sangre lentamente bebidos,
los fantasmas golpeando mi vientre
como un tambor helado;
en los muros, la respiración parada como un guardia
encirna de mi pecho,
todo pone en mi su licor de efervescencia súbita.
De noche yo fraguo una espada,
y un sudor mineral me ciñe el esqueleto,
inyecta su alcanfor en mi alma,
y un hueso señalador recusa la tristeza,
y una filial bandada de lombrices
inicia su vuelo hacia la altura.

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