martes, 23 de octubre de 2007
sábado, 13 de octubre de 2007
viernes, 12 de octubre de 2007
Rosamel del Valle
EL SOL ES UN PÁJARO CAUTIVO EN EL RELOJ
(fragmentos)
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Desastre Nº 25. Alto ahí hombre vestido de sol y dueño del mundo / no des un paso más hacia mi jardín con planetas verdes todavía / no des un paso más hacia mi mar congelado porque un perro verdaderamente solar duerme entre el ramaje del árbol más imposible de reconocer a causa de los cuchillos tatuados que le muestra el viento mucho más libre que los sentidos y que no recurre a historia alguna para creer que ésas son sus hojas y no las que le inventa la primavera / dormido como estoy en la ventana por cuyos cristales atravesará hoy o mañana la mujer sin nombre que me visita a la hora justa de las catástrofes y quien justificadamente ignora todo negocio relacionado con lo que no sea por ejemplo la sorpresa / ¿nunca te será posible ya no digo aceptar sino comprender elsignificado de la estrella que se derrite en cada palabra cuando el corazón está más enjaulado que los leones en el zoo? / hay una línea de la mano que rechaza con solemnidad cuanta imagen del fastidio se le pasea por el dorso y eso significa que no debes insistir ni protestar sino dejarme vivir junto a mi fogata donde una lengua de fuego canta "Anoche cayo un planeta en el jardín" y que parece venir de más allá de donde otra lengua le responde con el estribillo "Junto a la ventana hay un mar de jabón" aunque no sea más que para indicarme que mi noche está verdaderamente poblada de catástrofes.
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Pegada al muro, la sombra. El día más lúcido, el día de los imanes viene de los ojos ruidosos, de los gestos que me invitan a viajar por hilos insostenibles, fieles a la atracción peligrosa, húmedos y fríos instrumentos de la mirada en exilio. La sombra se reúne con el sol y la hierba y algo que debe ser mi posible perennidad se derrumba sonriendo sobre el lecho más brillante que el mar.
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El hombre tiene que reunir su soledad como el astrónomo reúne cada noche sus estrellas. El ejercicio consiste, para uno, en el recuento de los actos y pensamientos para extraer imágenes invisibles de las visibles y formar así el movimiento desde el cual surgirán sus actos y pensamientos futuros y los medios secretos para expresarlos; para el otro, en adiestrarse en el recuento de sus constelaciones, profundamente solo y preocupado del ruido que puedan hacer de pronto en su cielo una estrella o un cometa. Por supuesto, nada impide que otros hombres y otros astrónomos se permitan quebrantar su voluntad y, llevados por el miedo, acepten el convite de los que rehuyen el cielo y soledad porque les sobra jolgorio y resonancia para hartarse a sí mismos. Mas, ninguna mayor hartura para el hombre que la de saber regocijarse con sus propios secretos.
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Este sueño crispado se complace en romper los instantes que le son al corazón lo que las hojas al árbol.
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Ninguna ciencia más profunda que la de pasar la mano por la frente de la noche y sentir el contacto de los rayos perdidos del sol que se le prendieron al despojarlo de su reino. Quiero un estremecimiento así para cada uno de mis pensamientos, para cada una de mis palabras y mis actos porque de otro modo corro el riesgo inútil de no saber lo que dice el corazón por la noche. Quiero cortarle las alas al temblor nocturno y atraerlo hacia la piedra de los sueños hipnotizada por mí y sin más intervención que la idea de caminar por los bosques del país que no existe. ¿Necesito para ello rechazar el contacto turbio y el consejo llamado cordial de cuanto ser lúcido me rodea no para hacerme compañía sino para destruirme? Evidentemente, no de otra manera es posible aclarar la existencia contaminada con ideas comunicables ni apartar para mí el rayo de sol, perdido entre los otros, que con su palidez de serpiente atrapa y golpea con mayor fuerza. Quiero una magia mayor, tatuada de signos, una magia de uso imposible, una magia semejante a la del corazón en sus momentos más desesperados. Por algo el hombre es un signo y no, como se quiere creer, la experiencia manejable y transportable. Con una llave de oro así nada de imposibilidades, nada de terrores en rebelión permanente en la mirada, nada de obediencia servil, nada de lo que se da en llamar beso en la mejilla o adoración a toda prueba. Ni convivencia con el oso vestido de semejante para el reparto de consignas terrestres o celestes, ni nada con el gusano ansioso de resplandecer antes de tiempo. Que el ambiguo mensajero venga y diga su palabra. ¿A quién, sino a mí le tocaría escoger? Aún más, ¿a quién sino a mí le sería permitido señalar la exacta puerta por donde debe pasar, el exacto cielo para quemarse los ojos, la exacta tierra donde es acogido descalzo y sin el tatuaje no poco mixtificador de la ninguna ciencia, de la ninguna magia, de la ninguna poesía? Ah, no. Quiero una fuente más clara y más rodeada de pájaros que la mujer-noche o la mujer de vidrio que me sigue sin cesar en cada uno de mis sueños.
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Sé que el reloj que me espía encenderá el último silbido mensajero que debe resonar a lo largo de mis huesos por largo tiempo desobedientes girasoles y ahora atrapado por el más sonámbulo diamante lunar que el tiempo identifica, quiérase o no, más que con la vida, con la muerte. Sé que la puerta de oro se abrirá a la hora justa y que el dragón solar perderá sus dientes a causa del silencio sin fin, y que la noche amaestrada por mis ejercicios secretos se colgará de la rama más alta del árbol a cuya sombra fabriqué, precisamente, este reloj de tantas lenguas para complacencia y regocijo de mi corazón cómplice del resplandor de todas las piedras levantadas.
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jueves, 11 de octubre de 2007
Olga Orozco
OLGA OROZCO
Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros la tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido, aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí igual
que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en el último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura que los
cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia: "Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento".
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PAVANA PARA UNA INFANTA DIFUNTA
A Alejandra Pizarnik
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Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último
hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza la frontera y permanece a la interperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda
realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo
oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la
/muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio
nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisorios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el
umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible
paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la
salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos en la inanidad de la
palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro
laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es al revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar por tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela
en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el
caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un
manto:
en el fondo de todo hay un jardín.
Ahí esta tu jardín,
Talita cumi.
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