lunes, 25 de abril de 2011

GONZALO ROJAS -Poemas



AL SILENCIO

Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y anque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobre el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.


¿A QUÉ MENTIRNOS?

Vivimos, gran Quevedo, vivimos tiempo que ni se detiene, ni
tropieza, ni vuelve.

¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la noche moderna
de los cinematógrafos, antesalas terrestres del sepulcro?
Pongamos desde hoy el instrumento en nuestras manos.
Abramos con paciencia nuestro nido para que nadie nos arroje por lástima al reposo.
Cavemos cada tarde el agujero después de haber ganado nuestro pan.

Que en esa tierra hay hueco para todos: los pobres y los ricos.
Porque en la tierra hay un regalo para todos:
los débiles, los fuertes, las madres, las rameras.
Caen de bruces. Caen de cabeza o sentados.
Por donde más les pesa su persona, todos caen y caen.
Aunque el cajón sea lustroso o de cristal. Aunque las tablas
sin cepillar parezcan una cáscara rota con la semilla reventada.

Todos caen y caen, y van perdiendo el bulto en su caída,
¡hasta que son la tierra milenaria y primorosa!


 LA LOBA

Unos meses la sangre se vistió con tu hermosa
figura de muchacha, con tu pelo
torrencial, y el sonido
de tu risa unos meses me hizo llorar las ásperas espinas
de la tristeza. El mundo
se me empezó a morir como un niño en la noche,
y yo mismo era un niño con mis años a cuestas por las calles, un ángel
ciego, terrestre, oscuro,
con mi pecado adentro, con tu belleza cruel, y la justicia
sacándome los ojos por haberte mirado.

Y tú volabas libre, con tu peso ligero sobre el mar, oh mi diosa,
segura, perfumada,
porque no eras culpable de haber nacido hermosa, y la alegría
salía por tu boca como vertiente pura
de marfil, y bailabas
con tus pasos felices de loba, y en el vértigo
del día, otra muchacha
que salía de ti, como otra maravilla
de lo maravilloso, me escribía una carta profundamente triste,
porque estábamos lejos, y decías
que me amabas.

Pero los meses vuelan como vuelan los días, como vuelan
en un vuelo sin fin las tempestades,
pues nadie sabe nada de nada, y es confuso
todo lo que elegimos hasta que nos quedamos
solos, definitivos, completamente solos.

Quédate ahí, muchacha. Párate ahí, en el giro
del baile, como entonces, cuando te vi venir, mi rara estrella.
Quiero seguirte viendo muchos años, venir
impalpable, profunda,
girante, así, perfecta, con tu negro vestido
y tu pañuelo verde, y esa cintura, amor,
y esa cintura.

Quédate ahí. Tal vez te conviertas en aire
o en luz, pero te digo que subirás con éste y no con otro:
con éste que ahora te habla de vivir para siempre
tú subirás al sol, tú volverás
con él y no con otro, una tarde de junio,
cada trescientos años, a la orilla del mar,
eterna, eternamente con él y no con otro.


 LA SALVACIÓN

Me enamoré de ti cuando llorabas
a tu novio, molido por la muerte,
y eras como la estrella del terror
que iluminaba al mundo.

Oh cuánto me arrepiento
de haber perdido aquella noche, bajo los árboles,
mientras sonaba el mar entre la niebla
y tú estabas eléctrica y llorosa
bajo la tempestad, oh cuánto me arrepiento
de haberme conformado con tu rostro,
con tu voz y tus dedos,
de no haberte excitado, de no haberte
tomado y poseído,
oh cuánto me arrepiento de no haberte
besado.

Algo más que tus ojos azules, algo más
que tu piel de canela,
algo más que tu voz enriquecida
de llamar a los muertos, algo más que el fulgor
fatídico de tu alma,
se ha encarnado en mi ser, como animal
que roe mis espaldas con sus dientes.

Fácil me hubiera sido morderte entre las flores
como a las campesinas,
darte un beso en la nuca, en las orejas,
y ponerte mi mancha en lo más hondo
de tu herida.

Pero fui delicado,
y lo que vino a ser una obsesión
habría sido apenas un vestido rasgado,
unas piernas cansadas de correr y correr
detrás del instantáneo frenesí, y el sudor
de una joven y un joven, libres ya de la muerte.

Oh agujero sin fin, por donde sale y entra
el mar interminable
oh deseo terrible que me hace oler tu olor
a muchacha lasciva y enlutada
detrás de los vestidos de todas las mujeres.

¿Por qué no fui feroz, por qué no te salvé
de lo turbio y perverso que exhalan los difuntos?
¿Por qué no te preñé como varón
aquella oscura noche de tormenta?


 LATÍN Y JAZZ

Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de estas sílabas.

Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
                   ¡Tánatos!


LOS DÍAS VAN TAN RÁPIDOS EN LA CORRIENTE OSCURA QUE TODA SALVACIÓN...

Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure
en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá
en el fondo.
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.


PAREJA HUMANA

Hartazgo y orgasmo son dos pétalos en español de un mismo
lirio tronchado
cuando piel y vértebras, olfato y frenesí tristemente tiritan
en su blancura última, dos pétalos de nieve
y lava, dos espléndidos cuerpos deseosos
y cautelosos, asustados por el asombro, ligeramente heridos
en la luz sanguinaria de los desnudos:
 un volcán
que empieza lentamente a hundirse.

Así el amor en el flujo espontáneo de unas venas
encendidas por el hambre de no morir, así la muerte:
la eternidad así del beso, el instante
concupiscente, la puerta de los locos,
así el así de todo después del paraíso:
-Dios,
ábrenos de una vez.


¿QUÉ SE AMA CUANDO SE AMA?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.


REQUIEM DE LA MARIPOSA

Sucio fue el día de la mariposa muerta.
Acerquémonos
a besar la hermosura reventada y sagrada de su pétalos
que iban volando libres, y esto es decirlo todo, cuando
sopló la Arruga, y nada
sino ese precipicio que de golpe,
y únicamente nada.

Guárdela el pavimento salobre si la puede
guardar, entre el aceite y el aullido
de la rueda mortal.
O esto es un juego
que se parece a otro cuando nos echan tierra.
Porque también la Arruga...

O no la guarde nadie. O no nos guarde
larva, y salgamos dónde por último del miedo:
a ver qué pasa, hermosa.
Tú que aún duermes ahí
en el lujo de tanta belleza, dinos cómo
o, por lo menos, cuándo.

viernes, 22 de abril de 2011

EDGAR ALLAN POE - Poemas


ANNABEL LEE


Hace de esto ya muchos, muchos años,
cuando en un reino junto al mar viví,
vivía allí una virgen que os evoco
por el nombre de Annabel Lee;
y era su único sueño verse siempre
por mí adorada y adorarme a mí.

Niños éramos ambos, en el reino
junto al mar; nos quisimos allí
con amor que era amor de los amores,
yo con mi Annabel Lee;
con amor que los ángeles del cielo
envidiaban a ella cuanto a mí.

Y por eso, hace mucho, en aquel reino,
en el reino ante el mar, ¡triste de mí!,
desde una nube sopló un viento, helando
para siempre a mi hermosa Annabel Lee
Y parientes ilustres la llevaron
lejos, lejos de mí;
en el reino ante el mar se la llevaron
hasta una tumba a sepultarla allí.

¡Oh sí! -no tan felices los arcángeles-,
llegaron a envidiarnos, a ella, a mí.
Y no más que por eso -todos, todos
en el reino, ante el mar, sábenlo así-,
sopló viento nocturno, de una nube,
robándome por siempre a Annabel Lee.

Mas, vence nuestro amor; vence al de muchos,
más grandes que ella fue, que nunca fui;
y ni próceres ángeles del cielo
ni demonios que el mar prospere en sí,
separarán jamás mi alma del alma
de la radiante Annabel Lee.

Pues la luna ascendente, dulcemente,
tráeme sueños de Annabel Lee;
como estrellas tranquilas las pupilas
me sonríen de Annabel Lee;
y reposo, en la noche embellecida,
con mi siempre querida, con mi vida;
con mi esposa radiante Annabel Lee
en la tumba, ante el mar, Annabel Lee.


EL CUERVO

Una fosca media noche, cuando en tristes reflexiones,
sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
a mi puerta oí llamar;
como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
mano tímida a tocar:
"¡Es - me dije - una visita que llamando está a mi puerta:
eso es todo y nada más!".

¡Ah! Bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
Cuan ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
procurando en vano hallar
tregua a la honda desventura de la muerta Leonora;
la radiante, la sin par
virgen rara a quien Leonora los querubes llaman, ahora
ya sin nombre... ¡nunca más!

Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo que el latido de mi pecho palpitante
procurando dominar,
"¡Es, sin duda, un visitante-repetía con instancia-
que a mi alcoba quiere entrar:
un tardío visitante a las puertas de mi estancia...,
eso es todo, y nada más!".

Poco a poco, fuerza y bríos fue mi espíritu cobrando:
"Caballero, dije, o dama: mil perdones os demando;
mas, el caso es que dormía, y con tanta gentileza
me vinísteis a llamar,
y con tal delicadeza y tan tímida constancia
os pusísteis a tocar,
que no oí", dije, y las puertas abrí al punto de mi estancia:
¡sombras sólo y... nada más!

Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
quedé allí-cual antes nadie los soñó-forjando sueños;
más profundo era el silencio, y la calma no acusaba
ruido alguno..., resonar
sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
yo me puse a murmurar,
y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora...!
Esto apenas, ¡nada más!

A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
Pronto oí llamar de nuevo, esta vez con más violencia:
"De seguro-dije-es algo que se posa en mi persiana,
pues, veamos de encontrar
la razón abierta y llana de este caso raro y serio,
y el enigma averiguar:
¡Corazón, calma un instante, y aclaremos el misterio...:
es el viento, y nada más!".

La ventana abrí, y con rítmico aleteo y garbo extraño,
Entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
con aspecto señorial,
fue a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el busto que de Pallas representa
fue y posóse, y ¡nada más!
Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
y le dije: "Aunque la cresta calva llevas, de seguro
no eres cuervo nocturnal,
¡viejo, infausto cuervo oscuro vagabundo en la tiniebla...!
Dime, ¿cuál tu nombre, cuál,
En el reino plutoniano de la noche y de la niebla...?
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
que lograse contemplar
ave alguna en la moldura de su puerta encaramada,
ave o bruto reposar
sobre efigie en la cornisa de su puerta cincelada,
con tal nombre: "Nunca más".

Mas el cuervo fijo, inmóvil, en la grave efigie aquélla,
sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
vinculada, ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar...
Dije entonces al momento: "Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
"no hay ya duda alguna -dije-, lo que dice es aprendido;
aprendido de algún amo desdichoso a quien la suerte
persiguiera sin cesar,
persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,
sus canciones terminar
y el clamor de su esperanza con el triste ritornelo
de: ¡Jamás, y nunca más!".

Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
mi sillón rodé hasta el frente de ave y busto y de cornisa;
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
dime entonces a juntar,
por saber que pretendía aquel pájaro ominoso
de un pasado inmemorial,
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
al graznar: "¡Nunca jamás!".

Quedé aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma.
Esto y más-sobre cojines reclinado-con anhelo
me empeñaba en descifrar,
sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
luminosa mi fanal,
terciopelo cuya púrpura ¡ay! Jamás volverá élla
a oprimir, ¡ah, nunca más!

Parecióme el aire, entonces, por incógnito incensario
que un querube columpiase de mi alcoba en el santuario,
perfumado. "¡Miserable ser-me dije-Dios te ha oído,
y por medio angelical,
tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
te ha venido hoy a brindar:
bebe, bebe ese nepente, y así todo olvida ahora!".
Dijo el cuervo: "Nunca más".

¡Oh, Profeta -dije- o duende!, mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo, ya te envía la tormenta, ya te veas
por los ábregos barrido a esta playa, desolado
pero intrépido, a este hogar
por los males devastado, dime, dime, te lo imploro.
¿Llegaré jamas a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?.
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

"¡Oh, Profeta -dije- o diablo! Por ese ancho, combo velo
de zafir que nos cobija, por el sumo Dios del cielo
a quien ambos adoramos, dile a esta alma dolorida,
presa infausta del pesar,
si jamás en otra vida la doncella arrobadora
a mi seno he de estrechar,
la alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora...".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

"¡Esa voz, oh cuervo, sea la señal de la partida
-grité alzándome-, retorna, vuelve a tu hórrida guarida,
la plutónica ribera de la noche y de la bruma...!
¡De tu horrenda falsedad
en memoria, ni una pluma dejes, negra! ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! ¡De mi umbral tu forma aleja...!".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

¡Y aun el cuervo inmóvil!, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura....
y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo flota..., nunca
se alzará..., nunca jamás!


SONETO A LA CIENCIA

¡Ciencia! ¡verdadera hija del tiempo tú eres!
que alteras todas las cosas con tus escrutadores ojos.
¿Por qué devoras así el corazón del poeta,
buitre, cuyas alas son obtusas realidades?

¿Cómo debería él amarte? o ¿cómo puede juzgarte sabia
aquel a quien no dejas en su vagar
buscar un tesoro en los enjoyados cielos,
aunque se elevara con intrépida ala?

¿No has arrebatado a Diana de su carro?
¿Ni expulsado a las Hamadríades del bosque
para buscar abrigo en alguna feliz estrella?

¿No has arrancado a las Náyades de la inundación,
al Elfo de la verde hierba, y a mí
del sueño de verano bajo el tamarindo?


UN SUEÑO

¡Recibe en la frente este beso!
Y, por librarme de un peso
antes de partir, confieso
que acertaste si creías
que han sido un sueño mis días;
¿Pero es acaso menos grave
que la esperanza se acabe
de noche o a pleno sol,
con o sin una visión?
Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueno.

Frente a la mar rugiente
que castiga esta rompiente
tengo en la palma apretada
granos de arena dorada.
¡Son pocos! Y en un momento
se me escurren y yo siento
surgir en mí este lamento:
¡Oh Dios! ¿Por qué no puedo
retenerlos en mis dedos?
¡Oh Dios! ¡Si yo pudiera
salvar uno de la marea!
¿Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueño?

jueves, 14 de abril de 2011

Fernando Pessoa - Poemas



AH! LA ANGUSTIA, LA ABYECTA RABIA, LA DESESPERACIÓN...

Ah! La angustia, la abyecta rabia, la desesperación
De no yacer en mí mismo desnudo
Con ánimo de gritar, sin que sangre el seco corazón
En un último, austero alarido!

Hablo -las palabras que digo son nada más un sonido:
Sufro -Soy yo.
Ah, extraer de la música el secreto, el tono
De su alarido!

Ah, la furia -aflicción que grita en vano
Pues los gritos se tensan
Y alcanzan el silencio traído por el aire
En la noche, nada más allí!


EL VIENTO, EL VIENTO ALTO

El viento, alto en su elemento
Me hace más solo -no me estoy
Lamentando, él se tiene que lamentar.

Es un sonido abstracto, insondable
venido del elusivo fin del mundo.
Profundo es su significado.

Me habla el todo inexistente en él,
Cómo la virtud no es un escudo, y
Cómo la mejor es estar en silencio.


LLUEVE EN SILENCIO, QUE ESTA LLUVIA ES MUDA...

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mí (de este que soy) reniego...

Tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas sólo un susurrar
que a sí mismo se olvida cuando crece.
Llueve. Nada apetece...

No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente...


NAVIDAD

Un Dios ha nacido. Otros mueren. La realidad
Que no ha venido ni se ha ido: un cambio de Error.
Tenemos ahora otra Eternidad,
Y siempre lo pasado fué mejor.
Ciega, la ciencia trabaja en el inútil suelo
Loca, la Fé vive el sueño de su culto.
Un nuevo Dios es una palabra -o un nuevo sonido
No busques ni tampoco creas: todo está oculto.


SEÑOR, SERENAS SON...

Señor, serenas son
Todas las horas
Que derrochamos, si en
Malgastarlas,
Como en un jarrón,
Colocamos flores.

No hay tristezas
Ni alegrías tampoco
En nuestra vida.
Luego déjanos aprender,
irreflexivamente sabios,
A no vivirla.

Sino a dejarla flotar,
Tranquila, serena,
Permitiendo que los niños
Sean nuestros profesores
y que nuestros ojos sean
Colmados por la Naturaleza.

A la orilla de la corriente,
Al borde ,de la carretera,
Cae erguida-
Siempre en el mismo
Respiro de luz
De estar vivos.

El tiempo pasa,
No nos dice nada.
Crecemos envejecidos.
Déjanos aprender, como si
irónicamente,
Nos observara partir.

Es inútil mientras
Hacemos un gesto.
No hay resistencia
Al dios cruel
Devorador sempiterno
De sus hijos.

Permítenos recoger las flores,
Permítenos humedecer
Éstas nuestras manos
En los apacibles riachuelos,
De los cuales debemos aprender
A ser apacibles como ellos.

Los girasoles siempre
Están mirando hacia el sol,
Déjanos marchar de la vida
Tranquilos, sin abrigar
Siquiera el remordimiento
De haber vivido.


SI, DESPUÉS QUE YO MUERA, SE QUISIERA ESCRIBIR MI BIOGRAFÍA...

Si, después que yo muera, se quisiera escribir mi biografía,
Nada sería más simple.
Exactamente poseo dos fechas -la de mi nacimiento y
                                                                                           la de muerte.
Entre una y otra todos los días me
pertenecen.
Soy fácil de describir.
He vivido como un loco.
He amado a las cosas sin ningún sentimentalismo.
Nunca tuve un deseo que no pudiera colmar, pues nunca anduve ciego.
Incluso escuchar para mí fué nada más que un complemento del ver.
Comprendí que las cosas son reales y totalmente diferentes una de otra:
Lo comprendí con los ojos, jamás con el pensamiento.
Comprenderlo con el pensamiento hubiera sido encontrarlas
todas iguales.

Un día me sentí dormido como un niño.
Cerré los ojos y dormí.
Y, a propósito, yo era el único poeta de la Naturaleza.


SÚBITA MANO DE ALGÚN FANTASMA OCULTO...

Súbita mano de algún fantasma oculto
entre los pliegues de la noche y de mi sueño
me sacude y yo despierto, y en el abandono
de la noche no diviso gesto ni bulto.

Pero un terror antiguo, que insepulto
traigo en el corazón, como de un trono
baja y se afirma mi señor y dueño
sin orden, sin meneo y sin insulto.

Y yo siento mi vida de repente
presa por una cuerda de Inconsciente
a cualquier mano nocturna que me guía.

Siento que soy nadie salvo una sombra
de un bulto que no veo y que me asombra,
y en nada existo como la tiniebla fría.


TODO MENOS EL TEDIO ME DA TEDIO...

Todo menos el tedio me da tedio.
Quiero sin tener sosiego sosegar.
Tomar la vida todos los días
Como un remedio,
De esos remedios que hay para tomar.
Tanto aspiré, tanto soñé que tanto
De tantos tantos me hizo nada en mí
Mis manos quedaron frías
Sólo de aguardar el encanto
De aquel amor que las calentara al fin.
Frías, vacías, Así.

lunes, 11 de abril de 2011

Gérard de Nerval - Poemas



ANTEROS

Por qué en mi corazón hay tanta rabia, dices,
y en mi cuello flexible una cabeza indómita;
es porque yo provengo de la raza de Anteo
y hago volver los dardos contra el dios vencedor.

Yo soy de aquéllos, sí, que el Vengador alienta,
él me marcó la frente con su boca irritada,
bajo la palidez de Abel, llena de sangre,
lel rubor implacable de Caín tengo a veces!

Jehovah, aquél que, vencido por tu genio, el postrero,
del fondo del infierno gritaba: "¡Oh tiranía!"
es mi abuelo Belús o mi padre Dagón...

Tres veces me bañaron en las aguas del Cócito,
y, único protector de mi madre Amalécita,
siempre a sus pies los dientes del viejo dragón, siembro.


¡HOMBRE! PENSADOR LIBRE...

¡Y bien! Todo es posible.
                                           Pitágoras

¡Hombre! pensador libre, crees que sólo tú piensas
en este mundo en que la vida estalla en todo:
de las fuerzas que tienes tu libertad dispone,
pero de tus consejos se desentiende el cosmos.

En las bestias respeta un espíritu activo...
cada flor es un alma abierta a la natura;
un misterio de amor en el metal reposa:
todo es sensible; ¡y todo sobre tu ser actúa!

Teme en el muro ciego una mirada espía:
a la materia misma un verbo está adherido...
No lo hagas servir para impíos menesteres.

Hay en el ser oscuro un Dios oculto a veces;
y, como ojo naciente cubierto por sus párpados,
un espíritu crece tras la piel de las piedras.


ERA ÉL, ESE LOCO, EL SUBLIME INSENSATO...

¡Era él, ese loco, el sublime insensato...
Ese Ícaro olvidado que escalaba los cielos,
ese faetón perdido bajo el rayo divino,
el bello Atis herido que Cibeles reanima!

El augur consultaba el flanco de la víctima,
la tierra se embriagaba de esa sangre preciosa...
El cosmos aturdido colgaba de sus ejes,
y el Olimpo un instante vaciló hacia el abismo.

"¡Dime!" gritaba César a Júpiter Ammón,
¿quién es el nuevo dios, que se ha impuesto a la tierra?
¿Y si acaso no es dios es un demonio al menos... ?

Mas se calló por siempre el invocado oráculo;
uno sólo en el mundo explicar tal misterio
podía: -el que entregó el alma a los hijos del limo.

sábado, 9 de abril de 2011

Mahfúd Massís - Poemas



RETORNO

Como el salmón que torna a la grava de la muerte, remonto el río, calvo, seco, desdentado,
roto ya el oro de las ensoñaciones, desdichado, veloz, cabezabajo.
Atrás : la tierra, su macho de furores, la tierra como una esponja negra,
y un collar de sombras y pedradas en los ojos. Tú que bajaste conmigo y eras un castaño claro,
que descendías como la mano blanca sobre la tecla negra, dime, ¿qué fue ? ¿Qué bestia
me apretó la cintura hasta derramarme,
vagabundo, ensimismado, con un hueso en el aire de la cabeza ? Adorabas al sol, evocabas otro lenguaje,
pero yo estaba muerto, mutilado, vivía en Asia, en Oceanía, ostentaba la filosofía redonda de los perros,
pero el mundo era cuadrado, amor mío, ¡era cuadrado !
y tenía un florete de pestaña roja.
Nunca pude explicar. ¡Todo es inexplicable !
Todo tangible, húmedo alrededor, y se escapa como la hembra del camello. Sólo tú tienes forma. ¡Arrójame tu vestido,
ahora que los sueños buscan una extraviada deidad, un presagio encima de la muerte. Esta noche remonto el río, como el salmón maldito que descendió al mar y vuelve díscolo, envuelto en pálidas alucinaciones,
saltando sobre los rápidos, entre duelos y ráfagas verdes, pero con el embrión muerto, el ojo muerto,
buscando para caer la piedra definitiva.


POEMA DE LAS MANOS MUERTAS

Toma mi mano, este hueso que estará un día podrido. Apriétala, ponla sobre tu corazón mientras dura la noche.
Con ella escribo esta estrofa muerta, reviento una mariposa cada mañana. Con ella te digo adiós, pájaro viejo.
Mira mis manos. Sólo así comprenderás mi tristeza.
Si te rompieran el corazón, si te comieran el cerebro, tendrías estas mismas manos coronadas de aire invisible, de pámpanos muertos. Con ellas beberías
la sopa enlutada del invierno, rodeado de escarabajos y de hijos. Perro nuestro que estás en los cielos, ¡defiéndeme estas manos ! Que no se cubran de gusanos sino en la hora
en que los hurones levantan sus patas al tardecer, otras manos escriban : “fue un extraño salvaje en la tierra”. Encontrarás mi mano sobre el velador alguna noche, rodeada de carbón, incapaz de abrazar tu cintura, agarrando la sombra, el tabaco
del cigarro funeral en el viento.
En mi rostro -despiadado y distante- hallarás sólo una pagoda de hueso, el resto de una verdad enterrada.


MERCADO PERSA

Entre pordioseros vestidos de mariposas, y piojos traídos del Himalaya,
contemplo el vuelo del vendedor de ensueños y huevos mágicos. Hay una parca rodeada de flores,
un asesino, una piedra escarlata,
y yo, pobre, cubierto de manchas de resina, compro un pájaro en medio de la tormenta, un ave de pecho seco, como el mío.
Quiero escuchar su trémula voz de difunto,
su quimera en mi habitación, su madrigal de hueso ;
sentir cómo se quema su plumaje, mientras me agito en los escombros del sueño, y levantarme a gritos, como si me hubieran desenterrado,
los ojos puestos al revés, bajo la sepultura.


EPITAFIO A LA MEMORIA

Como un hacha plegada, o un aire rendido a un viejo territorio, pasáis como ancianos roncos
ante el caballero caído bajo las piedras,
amarillo, sin dedos ya, como zapallo de ultratumba.
La noche y su hembra ciega echaron estos huesos en el bulevar, despojos que pesan en el corazón
como gladíolos, o los ojos del padre muerto.
Dejad que caiga esta pierna en el mar, el mar profundo.
¡Oh, alma !, pingajo quemado, tigre sin rayas en la gran gema difusa, lingote seco en el furor pálido,
espera un descendimiento, una voz cayendo desde arriba,
porque, ciertamente, el cuervo de las alucinaciones, el cuervo, reo de tristezas,
creará un día su propia fábula, su corazón por encima de la memoria, y su pecho de oro, su viento rasgado,
muerde el oído del tiempo, apenas, y de rodillas.

lunes, 4 de abril de 2011

Harvie Krumpet (Parte I -Subtitulado)

Harvie Krumpet (Parte II -Subtitulado)

Harvie Krumpet (Parte III -Subtitulado)

CESARE PAVESE - POEMAS



EL PARAÍSO SOBRE LOS TEJADOS...

Será un día tranquilo, de luz fría
como el sol que nace o muere, y el cristal
cerrará el aire sucio fuera del cielo.

Se nos despierta una mañana, una vez para siempre,
en la tibieza del último sueño: la sombra
será como la tibieza. Llenará la estancia,
por la gran ventana, un cielo más grande.
Desde la escalera, subida una vez para siempre,
no llegarán voces, ni rostros muertos.

No será necesario dejar el lecho.
Sólo el alba entrará en la estancia vacía.
Bastará la ventana para vestir cada cosa
con una tranquila claridad, casi una luz.
Se posará una sombra descarnada sobre el rostro sumergido.

Será los recuerdos como grumos de sombra
aplastados como las viejas brasas
en el camino. El recuerdo será la llama
que todavía ayer mordía en los ojos apagados.


REGRESO DE DEOLA

Volveremos a la calle a mirar transeúntes
y también nosotros seremos transeúntes. Idearemos
cómo levantarnos temprano, deponiendo el disgusto
de la noche y salir con el paso de otros tiempos.
Le daremos en la cabeza al trabajo de otros tiempos.
Volveremos a fumar atolondradamente contra el vidrio,
allá abajo. Pero los ojos serán los mismos,
también el rostro y los gestos. Ese vano secreto
que se demora en el cuerpo y nos extravía la mirada
morirá lentamente en el ritmo de la sangre
donde todo se pierde.

Saldremos una mañana,
ya no tendremos casa, saldremos a la calle;
nos abandonará el disgusto nocturno;
temblaremos de soledad. Pero querremos estar solos.
Veremos los transeúntes con la sonrisa muerta
del derrotado, pero que no grita ni odia
pues sabe que desde tiempos remotos la suerte
-todo lo que ha sido y será- lo contiene la sangre,
el murmullo de la sangre. Bajaremos la frente,
solos, a media calle, a escuchar un eco
encerrado en la sangre. Y ese eco nunca vibrará.
Levantaremos los ojos, miraremos la calle.


LA CASA

El hombre solo escucha la voz calma
con la mirada entreabierta, casi un aliento
que le soplase sobre el rostro, un aliento amigo
que remonta, increíble, desde el tiempo andado.

El hombre solo escucha la voz antigua
que sus padres, en los tiempos, han oído, clara
y recogida, una voz que como el verde
de los estanques y las colinas se oscurece de noche.

 El hombre solo conoce una voz de sombra,
acariciante, que brota en los tonos calmos
de un manantial secreto: la bebe atento,
los ojos cerrados, y no parece tenerla cerca.

 Es la voz que un día ha detenido al padre
de su padre, y a cada uno de la sangre muerto.
Una voz de mujer que suena secreta
en el umbral de la casa, al caer la oscuridad.

sábado, 2 de abril de 2011

El Apocalipsis, el Infierno y el Diablo - Umberto Eco


Alberto Durero, Los cuatro jinetes del Apocalipsis

EL APOCALIPSIS, EL INFIERNO Y EL DIABLO

1. Un mundo de horrores

Lo feo, bajo la forma de lo terrorífico y de lo diabólico, aparece en el mundo cristiano con el Apocalipsis de Juan evangelista. No es que en el Antiguo Testamento y en los otros libros del Nuevo no hubiera alusiones al demonio y al infierno. Pero en estos textos se nombra al diablo sobre todo a través de las acciones que realiza o de los efectos que produce (por ejemplo, las descripciones de los endemoniados en los Evangelios), con la excepción de la forma de serpiente que adopta en el Génesis. El diablo no aparece nunca con la evidencia "somática" con que lo representará la Edad Media; y de ultratumba se mencionarán de forma bastante genérica los sufrimientos de los pecadores (llanto y crujir de dientes, fuego eterno), pero nunca se ofrecerá una imagen viva y evidente.
En cambio, el Apocalipsis es una representación sagrada (hoy en día diríamos incluso que es un disaster movie, una de esas películas que tratan de incendios, terremotos, cataclismos), en la que no falta ningún detalle. Siempre, por supuesto, que no se pretenda hacer una interpretación alegórica de este texto, como han hecho distintos exégetas, sino leyéndolo como un relato literal de "cosas verídicas" qaue sucederán, proque así es como lo ha leído y ha oído hablar de él la cultura popular, y así es como ha inspirado las imágenes artísticas de los siglos futuros.
A finales del primer siglo de nuestra era, en la isla de Patmos el apóstol Juan (o en cualquier caso el autor del texto) tiene una visión y la cuenta siguiendo las reglas del género literario "visión" (o apokalypsis, revelación), común en la cultura hebrea.
El autor oye una voz que le manda a escribir lo que verá y enviarlo a las siete iglesias de la provincia de Asia. Y ve siete candelabros de oro y en medio a uno semejante al hijo del hombre, con los cabellos blancos, y los ojos de fuego y los pies incandescentes como bronce fundido, y la voz como estruendo de muchas aguas. Tiene en la mano derecha siete estrellas y de la boca le sale una espada. Y ve un trono, y sobre él ve a uno sentado, y el nimbo que rodea el trono es de aspecto semejante a una esmeralda. Alrededor del trono ve veinticuatro ancianos, y alrededor del trono cuatro seres vivientes, un león, un toro, un animal con rostro como de hombre y un águila en vuelo. Y a la derecha del que está sentado en el trono hay un rollo con siete sellos que nadie es digno de abrir. Hasta que aparece un Cordero con siete cuernos y siete ojos, adorado por los seres vivientes y por los ancianos y, una vez abierto el primer sello, aparece un caballo blanco montado por un caballero vencedor; abierto el segundo sello, surge un caballo rojo montado por uno que lleva una gran espada; abierto el tercero, se ve un caballo negro montado por uno que lleva una balanza; abierto el cuarto, un caballo bayo montado por la muerte: abierto el quinto, es el turno de los mártires; abierto el sexto, sobreviene un gran terremoto, el sol se vuelve negro y la luna de sangre, caen las estrellas y el cielo se retira como rollo que se enrolla. Antes de que se abra el séptino sello, aparece la muchedumbre vestida de blanco de los elegidos por Dios, luego se abre el sello, y siete ángeles que están de pie ante Dios se preparan para tocar sus siete trompretas. Y a cada toque de una de las trompetas caen sobre la tierra granizo y fuego y la abrasan, la tercera parte del mar se convierte en sangre, mueren todas las criaturas, caen estrellas y se reducen en un tercio los planetas; se abre el pozo del abismo, y de él salen humo y langostas, como guerreros terribles guiados por el Ángel del Abismo; y cuatro ángeles, liberados del río Éufrates al que estaban atados, avanzan con innumerables tropas de gentes con corazas de fuego y caballos con cabezas de león, y muere la tercera parte de los habitantes de la tierra, herida por las colas de los caballos semejantes a serpientes, y por las bocas feroces.
Al son de la séptima trompeta, mientras aparece el Arca de la Alianza, surge una mujer, vestida de sol y de luna, coronada por doce estrellas, y un dragón rojo, con siete cabezas coronadas de diademas, y diez cuernos; y un hijo que nace, arrebatado al cielo al lado de Dios. Se entabla una terrible batalla entre Miguel, los ángeles y el dragón, que es arrojado a la tierra e intenta atacar a la mujer, que huye gracias a la admiraable intervención de las fuerzas naturales, mientras el dragón se detiene a la orilla del mar, y del mar surge una bestia con diez cuernos y siete cabezas, semejante a una pantera con patas de oso y boca de león, y con la tierra entera, que ahora la admira, mientras vomita terribles blasfemias contra Dios, guerrea contra los santos y los vence, ayudada por otra bestia surgida de la tierra, un falso profeta (que la tradición posterior identificará con el Anticristo) que convierte a todos los hombres en súcubos y esclavos de la primera bestia.
Llega el momento de la primera rebelión: reaparece el Cordero con ciento cuarenta y cuatro mi elegidos consagrados a la virginidad, ángeles que profetizan la caída de Babilonia; y llega sobre una nube blanca el juez supremo, que es semejante a hijo de hombre y lleva una hoz afilada como los ángeles que le ayudan, de modo que se produce una gran masacre punitiva. Completan la obra ángeles con siete plagas, la bestia es derrotada. Se abre en el cielo el tabernáculo del testimonio y los ángeles de las siete plagas llevan siete copas llenas de la ira de Dios, que derraman muerte y terror y úlceras malignas; el agua del mar y de los ríos se convierte en sangre, el sol abrasa a los supervivientes, las tinieblas y la sequedad atormentan a los seres vivos, mientras la boca del dragón, de la bestia y del falso profeta surgen tres espíritus impuros semejantes a sapos. Estos reúnen a todos los reyes de la tierra se produce la batalla decisiva entre las fuerzas del bien y las del mal, en el lugar llamado Armagedón. Aparece la prostituta sobre una bestia roja con siete cabezas y de diez cuernos, llevando un cáliz lleno de todas sus abominaciones; pero será destruida por la rebelión de la multitud a la que había seducido. Cae Babilonia, y la ira de Dios destruye la ciudad. Los ángeles, los ancianos y los vivientes cantan la victoria de Dios, aparece en el cielo un guerrero sobre un caballo balnco, que conduce blancos ejércitos victoriosos, y todos juntos capturan a la bestia y la arrojan, junto con el falso profeta, a un lago de fuego que arde en azufre.
A continuación, en el capítulo 20 se dice que llega un ángel encadena al dragón en el abismo, donde permanecerá durante mil años. Pasados los mil años, Satanás, el dragón regresará para seducir a los pueblos, pero será derrotado por última vez y arrojado al abismo de azufre, con el falso profeta y la bestia. Cristo y sus bienaventurados reinarán mil años  sobre la tierra. Tiene lugar, por último, el Juicio Final y aparece, bajada del cielo, la ciudad santa, la Jerusalén celestial, resplandeciente de oro y de piedras preciosas (esta espléndida visión, que merecería un capítulo aparte, es propia de una historia de la belleza). Es evidente cuál es el repertorio de criaturas monstruosas y sucesos tremendos que esta visión introdujo en el imaginario cristiano. Pero lo que ha generado siglos de discusiones sobre todo la ambigüedad esencial del capítulo 20. Según una interpretación, el milenio en que el diablo permanece encadenado aún no ha comenzado y, por tanto, estamos todavía a la espera de una edad de oro. O bien, como interpretará Agustín, en la Ciudad de Dios, el milenio representa el período que va desde la Encarnación hasta el fin de la historia, por tanto, es el que se está ya viviendo. En este caso, la espera del milenio es sustituida por la espera de su fin, con los terrores que le sucederán, el retorno del diablo y de su falso, en Anticristo, la segunda venida de Cristo y el fin del mundo. La lectura del Apocalipsis llenó de angustias, justamente milenaristas, a quienes vivieron el final del primer milenio. La historia del Apocalipsis se mueve entre estas dos lecturas posibles con una alternancia de euforia y de desánimo y una sensación de espera perenne y de tensión por algo (maravilloso o tremendo) que ha de suceder. Ahora bien, el Apocalipsis y sus exégetas solamente habían hablado de todo esto: faltaba traducirlo a imágenes, que fueran comprensibles también para los iletrados. Entre todas las interpretaciones del texto de Juan, el mayor éxito lo obtiene un comentario desmesurado, centenares de páginas frente a las pocas descenas de que consta el texto interpretado: se encuentra In Apocalipsin, Libri Duodecim del Beato de Liébana (730-785), que escribe en la España visigoda en la corte del rey de Oviedo. No vale la pena enumerar las ingenuidades y confusiones de este comentario: tal vez su fascinación se ha debido precisamente a su excitada verbosidad. En cualquier caso, es copiado en numerosos manuscritos, adornado cada uno con espléndidas miniaturas (obras maestras del arte mozárabe), en una serie impresionante de códices de fabulosa belleza, producidos todos ellos entre los siglos X y XI. Estas miniaturas llamados "Beatos" inspirarán buena parte del arte figurativo medieval, sobre todas las esculturas de las iglesias románicas que se extendían a lo largo de las cuatro rutas de peregrinación a Santiago de Compostela, aunque también de las catedrales góticas. Los portales y tímpanos utilizarán los temas apocalípticos del Cristo en el trono rodeado de los cuatro evangelistas, el Juicio Final y, por  tanto, el infierno. En cambio, las imágenes diabólicas, los dragones del abismo, las bestias con siete cabezas y diez cuernos, y la prostituta de Babilonia sobre la bestia roja se difundirán por otras vías, a través de otros códices miniados y de diversos ciclos pictóricos.
De este modo, a partir de la traducción visual de un texto visionariamente espléndido (más allá de la promesa de gloria final con que termina) el miedo al final penetra en el imaginario medieval.
La influencia históricamente más visible del texto de Juan fue en cualquier caso de carácter social y político y tiene que ver con los llamados "terrores del milenio" y con el nacimiento de los movimientos milenaristas.
Durante mucho tiempo se creyó que, en la  noche fatal del último 31 de diciembre del milenio, la humanidad estuvo velando en las iglesias en espera del fin del mundo para prorrumpir en cantos de alivio a la mañana siguiente, y sobre esta leyenda se extendieron los historiadores románticos. La realidad es que no solo no aparece huella alguna de estos terrores en los textos de la época, sino que las únicas fuentes a que se remitían sus defensoren eran autores del siglo XVI. La gente humilde de la época no sabía ni siquiera que estaba viviendo en el año mil, proque todavía no era de uso común la fechación a partir del nacimiento de Cristo, y no del supuesto principio del mundo. Recientemente se ha sostenido que sí hubo terrores endemicos, pero subterráneos, en ambiente populares instigados por  predicadores sospechosos de herejía, y que por esto no hablaban de ellos los textos oficiales. En cualquier caso, muchos aturoes medievales, como Radulphus  Glaber, escribieron si no sobre los terrores de aquel fatal fin de año, sí sobre los terrores milenaristas, y por tanto la preocupación angustiada por el fin del mundo ha ido aflorando a lo largo de la cultura medieval. Téngase en cuenta que para quienes vivían en unos siglos atormentados por las invasiones y las masacres que siguieron a la caída del Imperio romano la visión de Juan no era una fantasía mística, sino el retrato auténtico de lo que estaba sucediendo y la amenaza de lo que había de suceder aún.

Infierno, Conques, abadía de Sainte-Foy, siglo XII

Pero si las inquietudes anteriores al milenio las experimentaba pasivamente la población campesina incapaz de concebir ningún tipo de redención, en el nuevo milenio se dibuja toda una gama de diferencias sociales, y nuevas masas que hoy llamaríamos "subproletarias" ven en el Apocalipsis la promesa de un futuro mejor que se puede obtener a través de la revolución. El milenarismo genera movimientos místicos como el profetismo de Joaquín de Fiore (que habla de una comunidad de igualdad que habrá de instaurarse en la edad de oro) y el rigorismo franciscano de los llamados (fraticelos); no obstante, en distintos joaquinitas el paso a esta Tercera Edad se prefila a menudo como oposición al poder constituido y al mundo de la riqueza. Entonces la pulsión mística desemboca en la anarquía; el rigorismo y la corrupción, la sed de justicia y el bandidismo caracterizarán a grupos de inquietos fascinados por un líder carismático, y de la inspiración apocalíptica solo emerge el gusto por la violencia purificadora, que con frecuencia se ejerce (para identificar a un representante del Anticristo) contra los judíos. A lo largo de los siglos han aparecido movimientos milenaristas, y todavía hoy, sobre todo en comunidades marginales, surgen movimientos de este tipo que en alguna ocasión hasta han llegado a incitar al suicidio colectivo. En cuanto al comienzo de la era moderna, bastaría recordar episodios como la revuelta de los campesinos durante la reforma protestante, que fue transformada por Thomas Münzter (que se definia como la hoz que Dios había afilado para segar a los enemigos, y veía en Lutero a la Bestia y a la prostituta de Babilonia) en la utopía de una sociedad igualitaria, o los anabaptistas de Münzter, que llamaron a su ciudad Nueva Jerusalén, anunciaron la destrucción del mundo antes de Pascua, vieron en Juan de Leiden al Mesías de los últimos días, y murieron en una terrible masacre, que parecía salida de la imaginación de Juan en el Apocalipsis.
Estos y otros movimientos nacían como reacción a los hechos terribles narrados por el vidente de Patmos, en un intento de superarlos mataerializando una época feliz en la que Satanás con sus obras y sus ponpas fuese definitivamente derrotado.
Que luego, a veces, los seguidores del Apocalipsis hayan cedido de nuevo a la fascinación de la Bestia y su violencia, derramanto otros ríos de sangre, es una prueba más de la capacidad de seducción de este texto terrible. 

Extraído de la Historia de la Fealdad de Umberto Eco.