miércoles, 21 de marzo de 2012

Martin Heidegger: Pensar lo impensable. (Humano demasiado humano,BBC)

Walt Whitman: American Experience (Subt. español).

Fernando Pessoa [Subtítulos Español]

Teresa Wilms Montt - Poemas



I

Apareciste Anuarí, cuando yo con mis ojos ciegos y
las manos tendidas te buscaba.
Apareciste, y hubo en mi alma un estallido de vida. Se
abrieron todas mis flores interiores, y cantó el ave de
los días festivos.
Me amaste, Anuarí, y alcanzé la gloria suspendida en
tus brazos.
Desapareciste, y quedé sola, los ojos náufragos en noche
de lágrimas.
Bondadosa ha vuelto tu sombra, entre ella y el sepulcro
espera una hora mi alma.

VI

En la luz del crepúsculo el cristal de la ventana me
devuelve el reflejo de mi cara.
Remango la boca en una sonrisa y veo la calavera a
través de la carne transparentada.
Caen lacios mis cabellos pegados a las sienes como un
cortinaje de cenizas doradas.
En el fondo de mis ojos se ahoga el pensamiento
ahondando las profundidades del cráneo, como puntas
negras que oradan.
Sombra, silencio, nada existe para saciar la inquietud
de mi lámpara vital.
En sueños, vive en su mundo ni espíritu, invocando a
la muerte hermana, vagabunda y eterna.

XIV

Una noche en la oscuridad me senté frente al espejo.
Pesaba sobre mis espaldas la mirada de todas las cosas,
la mirada extática del tiempo.
Como el paso de la luna sobre aguas dormidas, iluminóse
de pronto el espejo y en su fondo insondable vi
el cuerpo muerto de Anuarí.
Gigantesco Lotus surgió del sudario de la mano del corazón,
tan agrandada como una sombra de la pared.
Anuarí, amado.
¿Por qué te ha crecido tanto la siniestra?
¡Oh mujer que yo amé!
Para vivir mi espíritu en las regiones del misterio
necesita nutrirse de almas que habitan cuerpos mortales.
Y esta mano mía se agranda de urgar, de robar lo
mejor de los corazones que me han amado en vida.
Anuarí. Te amo, llévate mi vida.
Palideces día por día, mujer que yo amé, y el círculo
de tus ojeras son dos marcos de ébano para el azul de
tus ojos.
La mano mía es de terciopelo, no la has sentido cuando
te robaba.
Me ofreces el cofre sin darte cuenta que mi imán se
devoró la joya.
Anuarí, Anuarí, grité en angustia estranduladora.
El espejo se apagó y sentí glacial sosiego dentro de las
cosas.
Algo brusco perforó mi esqueleto.
Mis días están contados.
En la soledad de mis pensamientos, oigo cavar una
fosa.

XXVIII

Por el tallo de una flor descabezada, surgió anoche
Anuarí.
Hirvió el agua del florero y cayeron deshechos los pétalos
de otras flores.
Con su lentitud paradisiaca tocó Anuarí mis ojos, dándome
el sopor de la muerte.
De un solo golpe arrancó mi corazón.
Mi cuerpo anestesiado quedó en el sosiego augusto de
las estatuas.
Luz opalina de aurora, envolvió turbia su figura y las
cosas.
Vi como Anuarí se iba llevando a la altura de la boca
la mancha roja de mi corazón, y oí el gotear de la sangre
cálida remedando el paso de las horas a través del
subterráneo silencio.

XXXV

Frente a mi ventana cerrada pregunto al tiempo cuánto
más he de vivir.
Las sombras anegan mis persianas, y apenas marca
una delgada raya la claridad.
El reloj tiene titubeos de corazón enfermo.
En un gesto convulsivo se crispan mis manos sobre el
papel.
Buscan apoyo en la tierra.

XLIII

Se ahogó mi risa en el espejo.
Largo crujido siniestro lanzó a la noche el cristal de
plata.
Una, dos... calló la hora, metal frío de planeta en la
rigidez del páramo.
Epiléptica de calentura la luna se dio a los balcones.
Y el cadáver de mi risa es una esmeralda blanda que
al deshacerse vuelve en la superficie argollas y cruces
brillantes.

XLIV

Se va ¡lo siento en el frío de mi sangre!
Se va, nada podrá detenerlo porque es eterno y atravesaría
mis brazos.
Y no puedo matar mi cuerpo porque entonces mi
alma tendría otro camino opuesto al que lleva él y la
separación sería eterna.
Se va al Anuarí y yo siento el vértigo de un ángel que
cae desde el abismo azul a las llamas de la caverna
infernal.

FIN

¡Anuarí! ¡Anuarí!
Espíritu profundo, vuelve del caos.
Torna en misteriosa envoltura, huésped de mis noches
glaciales.
Que tus dedos de sueño posen sobre mis párpados
desvelados.
Ciérralos, Anuarí.
Veneno sublime, da muerte a mi cerebro aterrado.
Quédate sobre mi fosa sonriendo enigmático.
Sonrisas de ultratumba, sombra y luz, sonrisa tremenda
que me ha aniquilado.
¡Espíritu profundo, vuelve del caos!
Se han muerto todas mis flores, sólo queda para tu
hambre la sangrienta herida de mi corazón partido.
Anuarí, Anuarí ¡Sucumbo en el torbellino de los astros
locos que se precipitan!
¡Vuelve del caos!

lunes, 5 de marzo de 2012

Manuel Silva Acevedo - Poesía



DESPOJAMIENTO

Aunque me lave con jabón,
y limpie mis manos con lejía,
tú me hundes en el lodo,
y mis propios vestidos tienen horror de mí.
Job 9,30


I

Estoy desnudo ante el espejo de mi mente
quebradiza
Silentes nubes de tormenta cubren el cielo
a jirones
como abandonadas cartas de tarot

Me pregunto quién soy: ¿el loco, el lunático,
el colgado?


II

¿Dónde quedó mi fervor por la palabra,
en qué cajón del mueble de mi cuerpo,
debajo de qué ropas?

Réstame una sola muda
en mi extrema escasez indumentaria


III

Aún tengo un quehacer:
deshilvanar imágenes, descoser, remendar
y zurcir,
pegar un botón como un grito,
añadir otro parche
a mi estropeado traje de bautismo


IV

Lunes de ceniza
Pongo las palmas sobre las brasas
del infierno,
deliro de dolor:

Eli, Eli


V

Escupo al cielo
mis blasfemias se deslizan como
lenguas de fuego
sobre fragmentos de la Última Cena


VI

Visualizo un revólver
Ahora parece un crucifijo
Me lo pongo en la boca
Ahora parece un padrenuestro


VII

Estación terminal
todos los pasajeros descienden del carro
de la derrota, menos uno

La poesía me salva de morir
como un perro


VIII

Átenme bien atado
a la cordillera de los males
la nieve me sabe amarga
el mar me sabe a sangre

Todo lo que pido es un lugar en la tierra
el cielo está ocupado


IX

Zanjo en mi tierra interior
la sola fosa de mi último lecho:

cavo en la oscuridad
sudo sangre


X

Llego al convencimiento de mi total
nulidad
Reclamo mi derecho a la cruz
único asidero


XI

Peregrino chileno,
la oración me asalta en plena calle:

Señor Jesucristo, hijo de David
ten piedad de mí


DESCENDIMIENTO

Por eso yo no he de contener mi boca,
hablaré de la angustia de mi espíritu,
me quejaré en la amargura de mi alma.
Job 7,11


I

Un hombre entre enemigos
un perdulario al fin al pie de
la fosa
un hombre de jabón con la frente herida


II

Privado de recursos
presto a volar aunque
sin alas
en cruz la ira y el espanto
el belfo agónico
la garganta ahogada en vinagre


III

No tengo por costumbre abrir
las alas
Qué alas voy a abrir si están 
quebradas
Apenas sé reptar por esta tierra
El agua se arrepiente de tocarme


IV

Estos ojos rodarán por el suelo
revolcados en ceniza
así como estos montes se vendrán abajo
sin aspavientos


V

Fluir quisiera el hilo de
agua clara
mas se agolpa empapado el sudario


VI

Inalcanzables paisajes que no llego
a ver
desde la miserable estrechez
de mi cruz


VII

Islas fantasmagóricas
escollos
que apenas sobresalen
pálidas sombras
que bien pudieran ni siquiera
tocarnos
naderías en suspensión
vértigo del infierno