jueves, 22 de septiembre de 2011

STÉPHAN MALLARMÉ - Poemas



ANGUSTIA

Hoy no vengo a vencer tu cuerpo, oh bestia llena
de todos los pecados de un pueblo que te ama,
ni a alzar tormentas tristes en tu impura melena
bajo el tedio incurable que mi labio derrama.

Pido a tu lecho el sueño sin sueños ni tormentos
con que duermes después de tu engaño, extenuada,
tras el telón ignoto de los remordimientos,
tú que, más que los muertos, sabes lo que es la nada.

Porque el Vicio, royendo mi majestad innata,
con su esterilidad como a ti me ha marcado;
pero mientras tu seno sin compasión recata

un corazón que nada turba, yo huyo, deshecho,
pálido, por el lúgubre sudario obsesionado,
¡con terror de morir cuando voy solo al lecho!


BRISA MARINA

Leí todos los libros y es, ¡ay! , la carne triste.
¡huir, huir muy lejos! Ebrias aves se alejan
entre el cielo y la espuma. Nada de lo que existe,
ni los viejos jardines que los ojos reflejan,
ni la madre que, amante, da leche a su criatura,
ni la luz que en la noche mi lámpara difunde
sobre el papel en blanco que defiende su albura
retendrá al corazón que ya en el mar se hunde.
¡Yo partiré! ¡Oh, nave, tu velamen despliega
y leva al fin las anclas hacia incógnitos cielos!
Un tedio, desolado por la esperanza ciega,
confía en el supremo adiós de los pañuelos.
Y tal vez, son tus mástiles de los que el viento lanza
sobre perdidos náufragos que no encuentran maderos,
sin mástiles, sin mástiles, ni islote en lontananza...
Corazón, oye cómo cantan los marineros!

LA TUMBA DE EDGAR POE

Tal como al fin el tiempo lo transforma en sí mismo,
el poeta despierta con su desnuda espada
a su edad que no supo descubrir, espantada,
que la muerte inundaba su extraña voz de abismo.

Vio la hidra del vulgo, con un vil paroxismo,
que en él la antigua lengua nació purificada,
creyendo que él bebía esa magia encantada
en la onda vergonzosa de un oscuro exorcismo.

Si, hostiles alas nubes y al suelo que lo roe,
bajo-relieve suyo no esculpe nuestra mente
para adornar la tumba deslumbrante de Poe,

que, como bloque intacto de un cataclismo oscuro,
este granito al menos detenga eternamente
los negros vuelos que alce el Blasfemo futuro.

LA SIESTA DE UN FAUNO

(Égloga)

El Fauno:

Estas ninfas quisiera perpetuar.
                                                   Que palpite
su granate ligero, y en el aire dormite
en sopor apretado.
                              ¿Quizás un sueño amaba?
Mi duda, en oprimida noche remota, acaba
en más de una sutil rama que bien sería
los bosques mismos, al probar que me ofrecía
como triunfo la falta ideal de las rosas.
Reflexionemos...
                                 ¡Si las mujeres que glosas
un deseo figuran de tus locos sentidos!
Se escapa la ilusión de los ojos dormidos
y azules, cual llorosa fuente, de la más casta;
¡mas, la otra, en suspiros, dices tú que contrasta
como brisa del día cálido en tu toisón!
¡Que no! que por la inmóvil y lasa desazón
-el sol con la frescura matinal en reyerta-
no murmura agua que mi flauta no revierta
al otero de acordes rociado; sólo el viento
fuera de los dos tubos pronto a exhalar su aliento
en árida llovizna derrame su conjuro;
es, en la línea tersa del horizonte puro,
el hálito visible y artificial, el vuelo
con que la inspiración ha conquistado el cielo.

Sicilianas orillas de charca soporosa
que al rencor de los soles mi vanidad acosa,
tácita bajo flores de centellas, DECID:
                  
                      "Que yo cortaba juncos vencidos en la lid
                      "por el Talento; al oro glauco de las lejanas
                      "verduras consagrando su viña a las fontanas,
                      "ondea una blancura animal en la siesta;
                      "y que al preludio lento de que nace la fiesta,
                      "vuelo de cisnes, ¡No! de náyades, se esquive "
                      "o se Sumerja...

                                             Fosca, la hora inerte avive
sin decir de qué modo sutil recogerá
húmenes anhelados por el que busca el LA:
me erguiré firme entonces al inicial fervor,
recto, bajo oleadas antiguas de fulgor,
¡Lis! uno de vosotros para la ingenuidad.

Sólo esta nada dócil, oh labios, propalad,
beso que suavemente perfidias asegura.
Mi pecho, virgen antes, muestra una mordedura
misteriosa, legado de algún augusto diente;
¡Y basta! arcano tal buscó por confidente
junco gemelo y vasto que al sol da su tonada
que, desviando de sí mejilla conturbada,
sueña, en un solo lento, tramar en ocasiones
la belleza en redor, quizá por confusiones
falsas entre ella misma y nuestra nota pura;
y de lograr, tan alto como el amor fulgura,
desvanecer del sueño sólito de costado
o dorso puro, por mi vista ciega espiado,
una línea vana, monótona y sonora.

¡Quiére, pues, instrumento de fugas, turbadora
siringa, florecer en el lago en que aguardas!
Yo, en mi canto engreído, diré fábulas tardas
de las diosas; y por idólatras pinturas,
a su sombra hurtaré todavía cinturas:
así cuando a las vides la claridad exprimo,
por desechar la pena que me conturba, mimo
risas, alzo el racimo ya exhausto, al sol, y siento
cuando a las luminosas pieles filtro mi aliento,
mirando a su trasluz un ávida embriaguez.

Oh ninfas, los RECUERDOS unamos otra vez.

                    "Mis ojos, tras los juncos, hendían cada cuello
                    "inmortal, que en las ondas hundía su destello
                    "y un airado clamor al cielo desataba;
                    "y el espléndido baño de cabellos volaba
                    "entre temblor y claridad, ¡oh pedrería!
                    "corro; cuando a mis pies alternan (se diría
                    "por ser dos, degustando, langorosas, el mal)
                    "dormidas sólo en medio de un abrazo fatal:
                    "las sorprendo, sin desenlazarlas, y listo
                    "vuelo al macizo, de fútil sombra malquisto,
                    "de rosas que desecan al sol todo perfume,
                    "en que, como la tarde, nuestra lid se resume".

¡Yo te adoro, coraje de vírgenes, oh gala
feroz del sacro fardo desnudo que resbala
por huír de mi labio fogoso, y como un rayo
zozobra! De la carne misterioso desmayo;
de los pies de la cruel al alma de la buena
que abandona a la vez una inocencia, llena
de loco llanto y menos atristados vapores.

                       "Mi crimen es haber, tras de humillar temores
                       "traidores, desatado el intrincado nido
                       "de besos que los dioses guardaban escondido;
                       "pues, yendo apenas a ocultar ardiente risa
                       "tras los pliegues felices de una sola (sumisa
                       "guardando para que su candidez liviana
                       "se tiñera a la fiel emoción de su hermana
                       "la pequeñuela, ingenua, sin saber de rubor);
                       "ya de mis brazos muertos por incierto temblor,
                       "esta presa, por siempre ingrata, se redime
                       "sin piedad del sollozo de que embriagado vime".

¡Peor! me arrastrarán otras hacia la vida
por la trenza a los cuernos de mi frente ceñida;
tú sabes, mi pasión, que, púrpura y madura,
toda granada brota y de abejas murmura;
y nuestra sangre loca por quien asirla quiere,
fluye por el enjambre del amor que no muere.
Cuando el bosque de oro y cenizas se tiña,
una fiesta se exalta en la muriente viña:
¡Etna! En medio de ti, de Venus alegrado,
en tu lava imprimiendo su coturno sagrado,
si un sueño triste se oye, si su fulgor se calma,
¡tengo la reina!

                            Oh cierto castigo...

                                                          Pero el alma
de palabras vacante, y este cuerpo sombrío
tarde sucumben al silencio del estío:
sin más, fuerza es dormir, lejano del rencor,
sobre la arena sitibunda, a mi sabor,
¡la boca abierta al astro de vinos eficaces!

¡Oh par, abur! La sombra miro en que te deshaces.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Honoré de Balzac - Cuento


LA CÚPULA DE LOS INVÁLIDOS

Un hermoso día del mes de junio, entre las cuatro y las cinco, salí de la celda de la calle du Bac donde mi honorable y estudioso amigo, el barón de Werther, me había ofrecido el almuerzo más delicado del que se pueda hacer mención en los castos y sobrios anales de mi estómago; pues el estómago tiene su literatura, su memoria, su educación, su elocuencia; el estómago es un hombre dentro del hombre; y jamás experimenté de modo tan curioso la influencia ejercida por este órgano sobre mi economía mental.

Después de habernos obsequiado amablemente con vinos del Rin y de Hungría, había terminado la comida de amigos haciendo que nos sirvieran vino de Champaña. Hasta aquel momento, su hospitalidad podría considerarse normal, de no ser por su charla de artista, sus relatos fantásticos y, sobre todo, de no ser por nosotros, sus amigos, todos personas de entusiasmo, corazón y pasión.

Hacia el final del almuerzo, nos encontramos todos presas de una dulce melancolía y sumergidos en una absorción bastante lógica en personas que han comido bien. Percatándose de ello, el barón, el excelente crítico, el erudito alemán que, pese a su baronía, lleva la admirable y poética vida de los monjes del siglo XVI en su celda abacial; nuestro monje -digo-, remató su obra de gastrolatría con una auténtica salida de monje.

En un momento en el que la conversación quedó interrumpida cuando nos encontrábamos en sillones inventados por el confort inglés pero perfeccionados en París que habrían causado admiración a los benedictinos, Werther se sentó ante una especie de mesita y, levantando una parte de la tapa, sacó de un instrumento alemán unos sonidos que se encontraban a mitad de camino entre los acentos lúgubres de un gato cortejando a una gata o soñando con los placeres del canalón, y las notas de un órgano vibrando en una iglesia. No sé lo que hizo con aquel instrumento de melancolía, pero mi inteligencia no se vio jamás tan cruelmente trastornada como en aquella ocasión.

El aire, dirigido hacia los metales, producía unas vibraciones armónicas tan fuertes, tan graves, tan agudas, que cada nota atacaba instantáneamente una fibra, y aquella música de verdín, aquellas melodías impregnadas de arsénico, introdujeron violentamente en mi alma todas las ensoñaciones de Jean-Paul, todas las baladas alemanas, toda la poesía fantástica y doliente que me hizo huir en medio de gran agitación, a mí que soy alegre y jovial. Me sentí como si mi personalidad se hubiera desdoblado. Mi ser interior había abandonado mi forma exterior por la que una o dos mujeres, mi familia y yo, sentimos algo de amistad. El aire ya no era el aire; mis piernas ya no eran piernas, eran algo flojo y sin consistencia que se doblaba; los adoquines se hundían, los transeúntes bailaban y París me parecía singularmente alegre.

Tomé la calle de Babylone y caminé melancólicamente hacia los bulevares, adoptando como punto de referencia la cúpula de los Inválidos. Al dar la vuelta a no sé qué calle, ¡vi que la cúpula venía hacia mí!... En un primer momento me quedé algo sorprendido y me detuve. Sí, era sin duda la cúpula de los Inválidos que se paseaba boca abajo, apoyando en el suelo su punta, y tomaba el sol como cualquier buen burgués del barrio del Marais. Interpreté esta visión como un efecto óptico y gocé del mismo placenteramente, sin querer explicarme el fenómeno; pero tuve sensación de pavor cuando, viendo que se acercaba a mí, quería pisarme los talones... Eché a correr, pero oía detrás de mí el paso pesado de aquella dichosa cúpula, que parecía burlarse de mí. Sus ojos reían; efectivamente, el sol al pasar por las ventanas abiertas de tramo en tramo, le daba un vago parecido con ojos, y la cúpula me lanzaba auténticas miradas...

-¡Soy bastante tonto! -pensé-. Voy a ponerme detrás de ella...

La dejé pasar, y entonces volvió a colocarse con la punta hacia arriba. En esa posición, me hizo un gesto con la cabeza, y su maldito ropaje azul y oro se arrugó como la falda de una mujer... Entonces di unos pasos hacia atrás para plantarla allí mismo, pues empecé a sentirme inquieto. No había duda de que, al día siguiente, los periódicos no dejarían de contar que yo, autor de algunos artículos insertados en La Revue, me había llevado la cúpula de los Inválidos; aquello me resultaba indiferente porque tenía intención de defenderme y de contar abiertamente que la cúpula se había encaprichado conmigo y me había seguido por su cuenta. Mi carácter bien conocido, mis hábitos y costumbres debían hacer comprender que, lejos de degradar los monumentos públicos, yo abogaba por dialogar con ellos.

La mayor dificultad, y la que más me inquietaba, era saber qué iba a hacer yo con aquella cúpula. No hay duda de que se podía ganar una fortuna... Además de que la amistad de la cúpula de los Inválidos con un hombre no era sino algo muy halagador, podía llevarla a algún país extranjero, exponerla en Londres junto a Saint-Paul... Pero si tenía intención de seguirme, ¿cómo iba a volver yo a mi casa?... ¿Dónde la iba a poner? Naturalmente, iba a producir considerables desperfectos por las calles por donde pasara; es verdad que podría llevarla por los muelles y mantenerla siempre junto al río... Si me molestaba en avisar, la gente la dejaría pasar; pero, si se empeñaba en entrar en mi casa, derribaría el inmueble en el que vivo de alquiler. ¡Menuda indemnización me pediría el propietario! La casa no está asegurada contra cúpulas... Y, si la llevaba a Londres o a Berlín, ¡qué desperfectos no haría por el camino...!

-¡Santo Dios! ¡Qué raros están los Inválidos sin la cúpula! -exclamé.

Al oír estas palabras, las personas que se encontraban cerca levantaron los ojos hacia la iglesia y rompieron a reír. Decían: «Pero ¿qué ha sido de ella?» «¡Estoy seguro de que todo París está preocupado!» Entonces escuché un griterío, un clamor que hacía pensar en que se aproximaba el fin del mundo: «¡Ya está! ¡están reclamando su cúpula!» me dije.

Tenía razón, la cúpula de los Inválidos es uno de los monumentos más bellos de París; y, desde que, por una fantasía bastante rara entre cúpulas, era de mi propiedad, la admiraba con embeleso. Bajo los rayos del sol resplandecía como si estuviera cubierta de piedras preciosas, su azul se destacaba claramente en el del cielo, y su linterna tan graciosa, tan maravillosamente elegante y ligera, parecía ofrecerme detalles en los que no había reparado hasta entonces. Es verdad que tenía algunas zonas estropeadas y que habían perdido el dorado; pero yo no era suficientemente rico como para devolverles su esplendor imperial.

Cerca de Nemours he conocido a un agricultor que tiene la singular habilidad de fascinar a las abejas y de hacer que le sigan sin picarle. Es su rey: les silba y acuden; les dice que se marchen y huyen. Tal vez haya llegado yo a un completo desarrollo moral, a un poder sobrenatural y haya adquirido el poder de atraer a las cúpulas.

Entonces, por el interés de Francia, pensé en colocar ésta en su lugar habitual y viajar por Europa para traerme a París numerosas cúpulas célebres, las de Oriente, las de Italia, y las más bellas torres de catedrales... ¡Qué prestigio! ¡Qué serían a mi lado los Paganini, los Rossini, los Cuvier, los Canova o los Goethe! Tenía la fe más absoluta en mi poder, la fe de la que habló Cristo, la voluntad sin límites que permite mover montañas, la fuerza con cuya ayuda podemos abolir las leyes del espacio y del tiempo, cuando vi avanzar hacia mí, a la máxima velocidad que pueden alcanzar los caballos de los servicios públicos, un cabriolé que desembocó por la calle Saint-Dominique.

-¡Tenga cuidado con la cúpula! -grité.

El conductor no me oyó, lanzó su caballo hasta el centro de la cúpula; yo solté un enorme grito pues la pobre cúpula, que no había podido echarse a un lado, se hizo mil pedazos, y me salpicó totalmente. Luego, cuando pasó aquel condenado cabriolé, vi a la tozuda cúpula volverse a colocar boca abajo, sobre la punta, con pequeñas sacudidas; las piedras se armaban de nuevo, las bellas franjas doradas reaparecían, y yo me secaba la cara instintivamente; pues en aquel momento, mi ser exterior regresó y me encontré cerca de los Inválidos, ante un enorme charco de agua en el que se reflejaba la cúpula de los Inválidos.

Creo que estaba borracho... ¡Maldita fisarmónica! ¡Qué manera de atacar los nervios!...