lunes, 4 de abril de 2011

CESARE PAVESE - POEMAS



EL PARAÍSO SOBRE LOS TEJADOS...

Será un día tranquilo, de luz fría
como el sol que nace o muere, y el cristal
cerrará el aire sucio fuera del cielo.

Se nos despierta una mañana, una vez para siempre,
en la tibieza del último sueño: la sombra
será como la tibieza. Llenará la estancia,
por la gran ventana, un cielo más grande.
Desde la escalera, subida una vez para siempre,
no llegarán voces, ni rostros muertos.

No será necesario dejar el lecho.
Sólo el alba entrará en la estancia vacía.
Bastará la ventana para vestir cada cosa
con una tranquila claridad, casi una luz.
Se posará una sombra descarnada sobre el rostro sumergido.

Será los recuerdos como grumos de sombra
aplastados como las viejas brasas
en el camino. El recuerdo será la llama
que todavía ayer mordía en los ojos apagados.


REGRESO DE DEOLA

Volveremos a la calle a mirar transeúntes
y también nosotros seremos transeúntes. Idearemos
cómo levantarnos temprano, deponiendo el disgusto
de la noche y salir con el paso de otros tiempos.
Le daremos en la cabeza al trabajo de otros tiempos.
Volveremos a fumar atolondradamente contra el vidrio,
allá abajo. Pero los ojos serán los mismos,
también el rostro y los gestos. Ese vano secreto
que se demora en el cuerpo y nos extravía la mirada
morirá lentamente en el ritmo de la sangre
donde todo se pierde.

Saldremos una mañana,
ya no tendremos casa, saldremos a la calle;
nos abandonará el disgusto nocturno;
temblaremos de soledad. Pero querremos estar solos.
Veremos los transeúntes con la sonrisa muerta
del derrotado, pero que no grita ni odia
pues sabe que desde tiempos remotos la suerte
-todo lo que ha sido y será- lo contiene la sangre,
el murmullo de la sangre. Bajaremos la frente,
solos, a media calle, a escuchar un eco
encerrado en la sangre. Y ese eco nunca vibrará.
Levantaremos los ojos, miraremos la calle.


LA CASA

El hombre solo escucha la voz calma
con la mirada entreabierta, casi un aliento
que le soplase sobre el rostro, un aliento amigo
que remonta, increíble, desde el tiempo andado.

El hombre solo escucha la voz antigua
que sus padres, en los tiempos, han oído, clara
y recogida, una voz que como el verde
de los estanques y las colinas se oscurece de noche.

 El hombre solo conoce una voz de sombra,
acariciante, que brota en los tonos calmos
de un manantial secreto: la bebe atento,
los ojos cerrados, y no parece tenerla cerca.

 Es la voz que un día ha detenido al padre
de su padre, y a cada uno de la sangre muerto.
Una voz de mujer que suena secreta
en el umbral de la casa, al caer la oscuridad.

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