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Pálidos como pájaros de abril, huyeron los días dichosos de antaño, o lo mismo que cuando el cazador dispara a la bandada asesinándola, en ademán de criminal analfabeto, que degüella a su familia, y todo a quedado como si el destino tronchase y barriese la tierra tremenda; y si gritara, como tú no escuchas, ¡qué extraño parecería clamando a la soledad, con estupor macabro!: cuando los dos éramos pobres y heroicos y tú eras tan linda como un nido de picaflor, la basura de la literatura se nos venía rugiendo encima con su alud subazul de degenerados precoces y terribles, con condecoración inferior, y el vecindario nacional provinciano nos desconocía, bastaba un pez popular para la olla familiar, y alguna vez estuvo con nosotros, en la "Subida del Membrillo" y yo tallaba a Suramérica, pero nos reíamos porque estábamos juntos en la gran soledad del mundo, o el crepúsculo universal de "La Cisterna" nos coronó de agrestes e ilustres laureles melancólicos el eslabón sudado del trabajo y saboreamos, asada, la castaña en la chimenea familiar y el gran vino caliente de entre junio y julio, criando grandes artistas; voy a levantar un monumento de lágrimas a la gran estatua mediterránea que te hiciste con tu vida y con tu obra, cantando en todo lo alto y lo ancho de la época, con tu voz de tórtola de oro, y me van a escuchar un milenio, como el último y único de los enamorados; afuera está la tierra inmensa, aquí estoy yo contigo, aquí en este enorme "epicentro de tormenta", aquí "parado, estupefacto", solo como toro, contra todas las cosas, diciendo lo mismo abajo, y diversificándome como los poliedros del diamante, en las metáforas, presente, siempre presente, como el soldado de Pompeya, tallado en la eternidad, con la patada del terremoto en la boca; pero el pecho de la eternidad es inexorable.
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