viernes, 24 de agosto de 2012

Poesía china - Selección



IV

DE 18 ESTANCIAS CANTADAS
CON EL ACOMPAÑAMIENTO DE UN
SILBO TÁRTARO DE CAÑA


1

Nací en una época de paz, pero después el
Mandato del Cielo fue anulado para la dinastía Han.

El cielo fue despiadado. Envió confusión
Y división. La Tierra fue despiadada, al hacerme
Nacer en semejante época. Había guerra
Por doquier. Todos los caminos eran peligrosos.
Soldados y civiles por doquier huyendo
De la muerte y del sufrimiento.  Nubes de humo
Y polvo obscurecían la tierra, invadida por
Las inclementes bandas de tártatos. Nuestro
Pueblo perdió la fuerza de voluntad y la
Integridad. Nunca entenderé la forma de ser de
Los bárbaros. Diariamente me veo sometida
A a violencia y los insultos. Canto una estancia con
Acompañamiento de mi laúd y un cuerno
Tártaro, pero nadie sabe de mi angustia y aflicción.

2

Un jefe tártaro me obligó a ser su esposa
Y se me llevó lejísimos, al margen del Cielo.
Diez mil nubes y montañas cortan el
Camino a mi tierra y remolinos de polvo
Y arena soplan en mil leguas. Aquí los hombres
Son tan salvajes como víboras gigantescas
Y se  pavonean acorazados y haciendo crepitar sus
Arcos. Mientras canto la segunda estancia,
Casi rompo las cuerdas del laúd. Sin voluntad,
Con el corazón roto, canto por mí misma.

7

Se pone el sol y gime el viento. Los ruidos del
Campamento tártaro se elevan a mi alrededor.
No tengo palabras para expresar la pena de mi corazón,
Pero, ¿a quién podría decírselas, en cualquier caso?
Muy a lo lejos, en las llanuras desérticas, las
Hogueras de las guarniciones tártaras relucen en
Diez mil leguas. Aquí acostumbran a matar
A los viejos y a los débiles y adoran a los jóvenes y
Vigorosos. Vagan en busca de nuevos pastos
Y acampan por una temporada tras murallas de barro.

Las vacas y as ovejas cubren la pradera
Pululando como abejas u hormigas. Cuando se agotan
La hierba y el agua, montan en sus caballos
Y se llevan el ganado. La séptima estancia es un canto
Sobre mi existencia errante. ¡Cómo detesto vivir así!

11

No tengo ganas de vivir, pero me da miedo
La muerte. No puedo matar mi cuerpo, pues mi
Corazón aún abriga esperanzas de vivir
Lo bastante para conseguir un solo deseo: el
De volver a ver algún día las moreras y
Las catalpas de mi tierra. Si hubiera aceptado la
Muerte, mis huesos habrían sido sepultados
Hace mucho. Los días y los meses se acumulan en el
Campamento tártaro. Mi marido tártaro me
Amó y me hizo dos hijos. Los crié y los eduqué
Sin avergonzarme. Lo único que siento es
Que vivieran en un punto perdido del desierto. La
Undésima estancia -pena por mis hijos-
Con sus primeras notas me perfora el corazón.

13

Nunca creí que en mi vida rota llegara
El día en que de repente pudiera volver a mi
Tierra. Abrazo y acaricio a mis hijos
Tártaros. Las lágrimas os empapan la ropa
Un mensajero de la Corte de Han ha venido
A llevárseme con cuatro garañones que corren sin
Parar. ¿Quién puede calibrar la pena de
Mis hijos? Pensaban que viviría con ellos hasta
Mi muerte. Ahora soy yo la que se marcha.
La pena por mis hijos obscurece el sol para mí.
Si tuviéramos alas, podríamos escapar
Juntos. No puedo mover los pies, pues cada paso
Que doy me aleja de ellos. Mi alma se siente
Abatida. Cuando sus figuras se desvanecen en
La distancia, ya sólo queda mi amor. La
Decimotercera estancia - pulso las cuerdas
Rápidamente, pero la melodía es triste. Nadie puede
Saber la pena que me desgarra las entrañas.

17

La decimoséptima estancia. Me duele el corazón y
Derramo lágrimas. Pasos de montaña se alzan
ante nosotros y el camino es duro. Antes añoraba
Mi tierra tanto, que mi corazón se sentía
Transtornado. Ahora pienso una y otra vez, sin
Descanso, en los hijos que he perdido.
La amarilla artemisa de la frontera, las ramas
Desnudas y las hojas secas, campos de batalla
Desiertos, huesos blancos con marcas de espadas
Y flechas, viento, escarcha, frío penetrante,
Primaveras y veranos fríos, hombres y caballos
Hambrientos y agotados, exhaustos - nunca
Volveré a saber nada de ellos, una vez que haya
Entrado en Chang An. Intento contener mis
Sollozos, pero las lágrimas me corren por las mejillas.

Ts' Ay Yen


LX

EN BUSCA DE UN AMARRADERO


Una hoja flota en el espacio infinito.
Un viento frío desgarra las
Nubes. El agua fluye hacia el Oeste.
La marea empuja corriente
Arriba. Allende los juncos iluminados
Por la luna, en una aldea tras
Otra, oigo el sonido de mazos de
Bataneros que golpean la
Ropa mojada en preparación para
El invierno. Por doquier
Cantan los grillos en la escarcha
Otoñal. Los pensamientos de
Un viajero nocturno vagan por mil
Leguas de sueños. El sonido
De una campana no puede dispersar
Las penas que asaltan en la
Quinta hora de la noche. ¿Qué
Lugar recordaré de todo
El viaje? Sólo franjas inmóviles
De niebla desoladora y
Un solo barco de pescadores.

Wang Wei


LXXXV

EL ESPEJO DE MI TOCADOR ES UN GATO JOROBADO

El espejo de mi tocador es un gato
Jorobado. Mi imagen cambia
Continuamente como en un agua
Que corre. Un gato jorobado.
Un gato mudo. Un gato solitario.
El espejo de mi tocador. Un
Ojo que mira, redondo, asustado.
Un sueño sin jamás despertar
Tiembla en su interior. ¿Tiempo?
¿Destello? ¿Pena? El espejo
De mi tocador es un gato del sino,
Como una cara tiránica que
Encierra mi profusa belleza en
Su monotonía, mi discreta
Virtud en su ordinariez. Pasos,
Gestos, indolentes como
Un largo verano, se alejan de sus
Melódicos pasos, enclaustrados
Aquí, en el espejo de mi tocador-
Un gato agachado. Un gato.
Un sueño confuso. Sin luz. Sin
Sombra. Ni una sola vez
El reflejo de mi imagen verdadera.

Jung Tzu


XCIV

LA JARRA

Te quedas mirándola sin tristeza.
Es una jarra de porcelana
Para el agua en la mesa, como lo era
En los viejos tiempos, como
Junto a la fuente rumorosa. No
Sientes tristeza. Bebes la
Pura agua dulce que contiene.
En lo profundo del bosque
Diez mil hojas arrojan su brillo
Luminosos. Pasas por delante
Y sacas la jarra rebosante de agua
Clara. Ahí cobran forma
Poemas, uno tras otro. Siempre
Está colmada de sonidos
Musicales, del incesante batir
De alas. Yo estoy ahí, una
Pluma blanca. La mesa rebosa
De esperanza, como contra
Una orilla por la que cruzas
Venciendo el peso del
Tiempo y te llevas la jarra.

Hsiung Hung

martes, 14 de agosto de 2012

Katsushika Hokusai


Isaac Asimov - Cuentos


INFIERNO

Así que... ¿quieren saber cómo es el infierno ?

Yo se los puedo decir; llevo muchos años viviendo aquí. Aunque todavía no estoy muy seguro de poder llamar vida a esto.

Ja, ja, ja. No, no hay llamas alrededor mío y aunque hace un calor tremendo, supongo que alguna vez hubo aire acondicionado pero deben haber pasado milenios desde la última vez que funcionó.

¿En qué consiste mi castigo aquí? Es muy sencillo y aterrador al mismo tiempo: dispongo de una eternidad y una excelente memoria. Durante todos estos años he repasado los recuerdos que pueblan mi mente una y otra vez. Y los peores parecen visitarme más a menudo.

Mi condena es el remordimiento. Recuerdo perfectamente mis errores como si los cometí ayer y la impotencia de hacer algo para repararlos me desgarra el alma. Mis ojos ya no tienen lágrimas, he acabado todas las que tenía.

Mi condena es el recuerdo claro. Aquella vez que le contesté a mi Madre una majadería, y cuando le robaba las monedas que le daba mi padre para comprar las pocas cosas que podían darnos de comer. Lo recuerdo claramente hoy a pesar de los años, pero con el arrepentimiento que no sentí en aquellas ocasiones.

Todos mis errores se agolpan en mi mente. Supongo que mi cerebro de cualquier manera ya no es normal.

¿Cómo demonios voy a decirle a mi Padre que lo quise y admiré; ¿cómo voy a llamar a la mujer que siempre amé pero a la que nunca se lo confese?; ¿Cómo voy a darles ahora a mis hijos el cariño que siempre les negué, el tiempo que nunca les dediqué? De mi mujer ni les platico: son demasiadas las cosas que le hice pasar. Acaso quieren torturarme aun más?

En el mundo la vida sigue su curso y supongo que todos los que alguna vez me conocieron ya se han olvidado de mí. Sin embargo, yo los recuerdo a todos. Ya les dije: mi memoria es perfecta.

Recuerdo al compañero de secundaria que ahora lleva en la boca dos dientes de plástico por mi culpa; recuerdo a la maestra que se desesperaba con mis ácidos comentarios; recuerdo a mi asesor mesándose los cabellos por no saber qué hacer con un alumno como yo.

Están también en mi recuerdo las mujeres a las que nunca amé pero les aseguré lo contario, los hombres a los que defraudé y sobre todo aquellos que me ofrecieron su amistad a lo largo de mi vida, pero que les respondí al final siempre con una traición. ¿Cómo olvidarlo ?

Sí! Aunque no lo crean, todo eso lo recuerdo. También la noche que cometí mi primer robo; y muchos crímenes después, cuando asesiné la primera vez. Siento todavía la sangre caliente y espesa en mis manos y pecho. Fue de alguna manera cuando decidí que tenía apetito para mucho más. Nunca pensé que me estaba ganando este sitio a pulso.

Esto es el infierno. En mi mente todos mis errores, mis manos atadas a mi espalda y cuatro paredes blancas acolchadas que no me permiten ni siquiera estrellar mi cabeza contra ellas y así acabar con este martirio.

 
CÓMO OCURRIÓ

Mi hermano empezó a dictar en su mejor estilo oratorio, ése que hace que las tribus se queden aleladas ante sus palabras.
-En el principio -dijo-, exactamente hace quince mil doscientos millones de años, hubo una gran explosión, y el universo...
Pero yo había dejado de escribir.
-¿Hace quince mil doscientos millones de años? -pregunté, incrédulo.
-Exactamente -dijo-. Estoy inspirado.
-No pongo en duda tu inspiración -aseguré. (Era mejor que no lo hiciera. Él es tres años más joven que yo, pero jamás he intentado poner en duda su inspiración. Nadie más lo hace tampoco, o de otro modo las cosas se ponen feas.)-. Pero, ¿vas a contar la historia de la Creación a lo largo de un periodo de más de quince mil millones de años?
-Tengo que hacerlo. Ése es el tiempo que llevo. Lo tengo todo aquí dentro -dijo, palmeándose la frente-, y procede de la más alta autoridad.
Para entonces yo había dejado el estilo sobre la mesa.
-¿Sabes cuál es el precio del papiro?- dije.
-¿Qué?
Puede que esté inspirado, pero he notado con frecuencia que su inspiración no incluye asuntos tan sórdidos como el precio del papiro.
-Supongamos que describes un millón de años de acontecimientos en cada rollo de papiro. Éso significa que vas a tener que llenar quince mil rollos. Tendrás que hablar mucho para llenarlos, y sabes que empiezas a tartamudear al poco rato. Yo tendré que escribir lo bastante como para llenarlos, y los dedos se me acabaran cayendo. Además, aunque podamos comprar todo ese papiro, y tu tengas la voz y la fuerza suficientes, ¿quién va a copiarlo? Hemos de tener garantizados un centenar de ejemplares antes de poder publicarlo, y en esas condiciones, ¿cómo vamos a obtener derechos de autor?
Mi hermano pensó durante un rato. Luego dijo:
-¿Crees que deberíamos acortarlo un poco?
-Mucho -puntualicé, si esperas llegar al gran público.
-¿Qué te parecen cien años?
-¿Qué te parecen seis días?
-No puedes comprimir la Creación en sólo seis días -dijo, horrorizado.
-Ése es todo el papiro de que dispongo -le aseguré-. Bien, ¿qué dices?
-Oh, está bien -concedió, y empezó a dictar de nuevo-. En el principio...
-¿De veras han de ser solo seis días, Aaron?
- Seis días, Moisés -dije firmemente.


AZAZEL: EL DEMONIO DE DOS CENTÍMETROS

Conocí a George en un congreso literario celebrado hace muchos años, y me llamó la atención el peculiar aire de inocencia y de candor que mostraba su rostro redondo y de mediana edad. Inmediatamente decidí que era la clase de persona a quien uno le dejaría la cartera para que se la guardase mientras se bañaba.
El me reconoció por mis fotografías en la contraportada de mis libros y me saludo alegremente, diciéndome lo mucho que le gustaban mis cuentos y mis novelas, lo cual, naturalmente, me dio una excelente opinión de su inteligencia y buen gusto.
Nos estrechamos cordialmente las manos, y el dijo:
-Me llamo George Bitternut
-Bitternut- repetí, para fijármelo en la mente -. Un apellido poco corriente.
-Danés- respondió -, y muy aristocrático. Desciendo de Cnut, más conocido como Canuto, un rey que conquistó Inglaterra a comienzos del siglo XI. Un antepasado mío era hijo suyo: bastardo, naturalmente.
-Naturalmente -murmuré, aunque no veía por que había que darlo por sentado.
-Le pusieron de nombre Cnut, como su padre- continuó George -, y cuando fue presentado al rey, el soberano dijo: 'Voto a bríos, ¿éste es mi heredero?'
-'No exactamente- respondió el cortesano que estaba meciendo al pequeño Cnut -, pues es ilegítimo, ya que su madre es la lavandera a la que vos...' 'Ah- dijo el rey -, éso es mejor'. Y como Bettercnut (en inglés better significa mejor) se le conoció a partir de ese momento. Únicamente con ese nombre. Yo lo he heredado por línea masculina directa, salvo que las vicisitudes del tiempo han acabado por cambiarlo a Bitternut.
Y sus azules ojos me miraron con una especie de hipnótica inocencia, que impedía toda duda.
-¿Quiere almorzar conmigo?- pregunté, moviendo la mano en dirección al restaurante profusamente decorado que, evidentemente, estaba destinado sólo a personas poseedoras de carteras bien repletas.
-¿No le parece que ese local es un poco ostentoso y que la cafetería del otro lado podría...?- respondió George. -Como invitado mío- añadí.
George frunció los labios y dijo:
- Ahora que lo miro bajo una luz mas favorable, veo que tiene una atmósfera un tanto hogareña. Si, almorzaré con usted.
Mientras tomábamos el plato principal, George dijo:
-Mi antepasado Bettercnut tuvo un hijo, al que llamó Sweyn. Un buen nombre Danés.
-Si, ya sé- respondí -. El padre del Rey Cnut se llamaba Sweyn Forbeard. En tiempos modernos el nombre se suele escribir Sven.
George frunció levemente el ceño y dijo:
-No hace falta que alardee de sus conocimientos de estas cosas, amigo mío. Admito que tiene usted los rudimentos de una educación.
Me sentí abochornado.
-Lo siento.
Agitó la mano en ademán de magnánimo perdón, pidió otro vaso de vino y prosiguió:
-Sweyn Bettercnut se sentía fascinado por las mujeres, característica que hemos heredado todos los Bitternut, y tenía mucho éxito con ellas..., como ha sido el caso con todos sus descendientes. Se sabe que muchas mujeres, después de separarse de él, meneaban la cabeza en señal de admiración y decían: 'Oh, es todo un Sweyn.' Y también era un archimago.
Hizo una pausa y, luego, preguntó con brusquedad:
-¿Sabe usted qué es un archimago?
-No- mentí, no deseando volver a hacer una ofensiva ostentación de mis conocimientos -, ¿Qué es?

-Un archimago es un mago eminente- aclaró George, con lo que pareció un suspiro de alivio -. Sweyn estudiaba las artes arcanas y ocultas. Entonces era posible hacerlo, pues aún no había surgido todo ese desagradable escepticismo moderno.
Estaba consagrado a la tarea de encontrar la manera de persuadir a las jovencitas para que observaran con él esa clase de comportamiento dulce y complaciente que es la corona de la femineidad, y rehuyesen todo lo que era huraño y hosco.
-Ah- dije, con tono comprensivo.
-Para eso necesitaba demonios, y perfeccionó medios para invocarlos, quemando ciertas hierbas aromáticas y pronunciando determinados conjuros semiolvidados.
-¿Y daba resultado, señor Bitternut?
-Llámeme George. Claro que daba resultado. Tenía legiones de demonios que trabajaban para él, pues, como con frecuencia se lamentaba, las mujeres de la época eran seres tercos y obstinados, que oponían, a su pretensión de ser nieto de un rey, ásperas observaciones sobre la naturaleza de la descendencia. Sin embargo, una vez que un demonio ejecutaba su obra, comprendían que un hijo natural era, simplemente, natural.
-¿Está seguro de todo éso, George?
-Naturalmente, pues el verano pasado encontré su libro de recetas para invocar demonios. Lo hallé en un viejo castillo inglés que actualmente está en ruinas, pero que en otro tiempo perteneció a mi familia. Se especificaban las hierbas exactas, la forma de quemarlas, el ritmo, los conjuros, las entonaciones. Todo. Estaba escrito en inglés antiguo, anglosajón, ya sabe, pero yo tengo un poco de lingüista y ...

Se me hizo patente un ligero escepticismo.
-Usted bromea- dije.
Me miró con altivez.
-¿Por qué cree semejante cosa?, ¿acaso me estoy riendo? Se trata de un libro auténtico. Yo mismo experimenté las recetas.
-Y obtuvo un demonio.
- Sí, en efecto- respondió, señalándose de manera significativa el bolsillo superior de la chaqueta.
- ¿Lo tiene ahí?
George se toco el bolsillo, y parecía a punto de asentir cuando sus dedos palparon algo importante, o tal vez fuese precisamente que no palparon nada. Miró en el interior.
-Se ha ido- dijo con disgusto -. Desmaterializado... Pero quizá no se le pueda censurar por ello. Anoche estuvo conmigo por que sentía curiosidad por este congreso, ¿sabe?. Le di un poco de whisky con un cuentagotas, y le gustó. Tal vez le gusto demasiado, pues quería pegarse con la cacatúa enjaulada que hay en el bar y empezó a insultarla. Afortunadamente, se quedo dormido antes de que el pájaro ofendido pudiera replicar. Ésta mañana no parecía encontrarse muy bien, y supongo que se ha ido a su casa, dondequiera que esté, para recuperarse.
Sentí un acceso de rebeldía. ¿Esperaba que me creyera aquello?- ¿Me está diciendo que tenía un demonio en el bolsillo de la chaqueta?
-Es agradable ver lo rápidamente que se hace usted cargo de la situación- dijo George.
-¿Qué tamaño tenía?
-Dos centímetros.
-Pero eso no llega a una pulgada.
-Totalmente correcto. Una pulgada son 2,54 centímetros.
-Quiero decir, qué clase de demonio es para tener sólo dos centímetros de estatura.
-Uno pequeño- respondió George -, pero, como dice el refrán, más vale tener un demonio pequeño que no tener ninguno.
-Depende de cómo sea.
- Oh, Azazel..., se llama. es un demonio amistoso.
Sospecho que no está muy bien considerado en sus antros nativos, pues se le nota extraordinariamente ansioso por impresionarme con sus poderes, salvo que no quiere utilizarlos para enriquecerme, como debería hacer, tratándose de una honorable amistad. Dice que sus poderes deben ser utilizados tan sólo para hacer el bien a otros.
-Vamos, vamos, George. Seguramente que no es ésa la filosofía del infierno.
George se llevo un dedo a los labios.
-No diga esa clase de cosas, amigo. Azazel se sentiría enormemente ofendido. Dice que su país es amable, decente y muy civilizado, y habla con gran respeto de su gobernante, cuyo nombre jamás pronuncia, y al que llama simplemente el Todo Total.
-¿Y en realidad hace favores?
-Siempre que puede. Éso es escaso, por ejemplo, de mi ahijada, Juniper Per...
-¿Juniper Pen?
-Sí. Por su expresión de intensa curiosidad, me doy cuenta de que desea conocer la historia. Con mucho gusto se la contaré.
Juniper Pen (dijo George) era una cándida estudiante de segundo curso en la Universidad cuando comienza mi relato..., una dulce e inocente muchacha fascinada por el equipo de baloncesto, todo y cada uno de cuyos miembros eran jóvenes altos y muy guapos. El jugador que más parecía estimular su imaginación femenina era Leander Thomson, un muchacho alto y delgado, de grandes manos que se enroscaban en torno a un balón o a cualquier otra cosa que tuviera forma y el tamaño de un balón, lo que de alguna manera trae a la memoria a Juniper. Obviamente, él era el objeto de sus gritos, cuando contemplaba desde la grada uno de sus partidos. Solía hablarme de sus dulces sueños, pues, como todas las jovencitas, aunque no sean mis nietas, se sentía impulsada a confiar en mí. Mi porte cariñoso pero digno invitaba a las confidencias.
-Oh, tío George- decía - , seguro que no es nada malo que yo sueñe en un futuro con Leander. Me lo imagino como el mejor jugador de baloncesto del mundo, como la flor y nata de los grandes profesionales, como el titular de un sustancioso contrato de larga duración. Y no es que yo pida mucho. Todo lo que quiero de la vida es una pequeña mansión cubierta de enredaderas, un pequeño jardín que se extienda todo cuanto la vista pueda abarcar, una sencilla servidumbre organizada en equipos, todos mis vestidos ordenados alfabéticamente para cada día de la semana y cada mes del año y...
Me vi obligado a interrumpir su encantador parloteo.
-Ay un ligero fallo en tu plan, pequeña - dije -. Leander no es un jugador de baloncesto muy bueno, y es poco probable que algún equipo le contrate por grandes sumas.
-Eso es injusto- dijo, enfurruñando el gesto-.¿Por qué no es un jugador de baloncesto muy bueno?
-Porque así es como funciona el Universo. ¿Por qué no concentras tus juveniles afectos en alguien que sea un buen jugador de baloncesto? ¿O, si vamos a eso, en algún joven y honrado corredor bursátil de Wall Street que tenga acceso a informaciones reservadas?
-La verdad es que ya he pensado en ello, tío George, pero me gusta Leander exclusivamente por lo que es. Hay veces en que pienso en él y me digo: en realidad, ¿tan importante es el dinero?
-Chist, jovencita - exclamé horrorizado. Hoy en día, las mujeres son increíblemente francas.
-Pero, ¿por qué no puedo tener también el dinero? ¿es mucho pedir?
¿Lo era realmente? Después de todo, yo tenía un demonio para mí solo. Se trataba de un demonio pequeño, desde luego, pero su corazón era grande. Seguramente que querría favorecer el curso del verdadero amor, a fin de aportar luz y dulzura a dos seres cuyos corazones latían al unísono al pensar en besos y fondos mutuos.
Azazel me escuchó cuando le invoqué con el conjuro apropiado... No, no puedo decirle cual es. ¿No tiene usted un elemental sentido de la ética? Como digo, me escuchó, pero con lo que me pareció una absoluta carencia de esa comprensión que cabría esperar. Confieso que le había arrastrado a nuestro mundo sacándole de su entrega a algo parecido a un baño turco, pues se hallaba envuelto en una diminuta toalla y estaba tiritando. Su voz parecía mas aguda y estridente que nunca. (En realidad, no creo que fuese verdaderamente su voz. Me da la impresión de que se comunicaba mediante alguna especie de telepatía, pero el resultado era que yo oía, o imaginaba oír, una aguda vocecilla.)
-¿Qué es baloncesto?- preguntó -. ¿Un balón con forma de cesto? Porque, en ese caso, ¿qué es un cesto?
Traté de explicárselo, pero, para ser un demonio, puede resultar realmente obtuso. Se me quedó mirando, como si no le estuviese explicando con luminosa claridad cada detalle del juego.
Finalmente, dijo:
-¿Podría ver un partido de baloncesto?
-Naturalmente- respondí -. Esta noche se juega uno. Leander me dio una entrada, y tú puedes ir en mi bolsillo.
-Estupendo- dijo Azazel -. Llámame cuando te dispongas a salir para el partido. Ahora tengo que terminar mi zymig- con lo que supongo se refería a su baño turco, y desapareció.
Debo confesar que me irrita sobremanera que alguien anteponga sus insignificantes asuntos domésticos a las trascendentales cuestiones de que yo me ocupo..., lo cual me recuerda, amigo mío, que el camarero parece estar intentando atraer su atención. Creo que le tiene preparada la cuenta. Recójala, por favor, para que yo pueda continuar mi relato.
Esa noche fui al partido de baloncesto, y Azazel venía conmigo en mi bolsillo. Mantenía la cabeza asomada por el borde del bolsillo y habría constituido un sospechoso espectáculo si alguien hubiera estado mirando. Su piel es de un color rojo brillante y en su frente se destacan las protuberancias de dos péqueños cuernos. Por fortuna, se mantenía dentro del bolsillo, pues su musculosa cola de un centímetro de longitud es su rasgo más prominente y nauseabundo. Yo no soy un gran aficionado al baloncesto, y preferí dejar que Azazel extrajera por su propia cuenta el significado de lo que estaba viendo. Su inteligencia, aunque más demoniaca que humana, es notable.
Una vez finalizado el partido, me dijo: -Por lo que he podido deducir de la esforzada acción de los corpulentos, desgarbados y en absoluto interesantes individuos que corrían por la pista, parece ser que se producía una cierta conmoción cada vez que esa curiosa pelota pasaba a través del aro.
-En efecto -dije- Eso es encestar.
-Entonces, ¿ese protegido tuyo se convertiría en un héroe de ese estúpido juego si pudiera pasar la pelota por el aro todas las veces que lo intentase?
-Exactamente.
Azazel pensativo, agitó la cola.
-No tiene que ser difícil. Solo necesito ajustar sus reflejos para hacerle calcular el ángulo, la altura, la fuerza... Permaneció unos instantes en reflexivo silencio, a continuación dijo:
-Veamos, he tomado nota de su complejo coordinado personal durante el partido...Sí, se puede hacer. En realidad, ya esta hecho. Tu Leander no tendrá ninguna dificultad en hacer pasar la pelota por el aro.
Yo experimentaba una cierta excitación mientras aguardaba a que se celebrase el siguiente partido. No le dije nada a la pequeña Juniper, porque nunca había hecho uso de los poderes demoniacos de Azazel y no estaba del todo seguro de que sus hechos hicieran honor a sus palabras. Además, quería que se llevara una sorpresa. (Y se la llevó, muy grande, lo mismo que yo).
Por fin llego el día del partido, y aquél fue el partido. Nuestro colegio local, Nerdsville Tech, de cuyo equipo de baloncesto Leander era tan pálida luminaria, jugaba contra los larguiruchos fajadores de Reformatorio Al Capone, y se esperaba que fuese un combate épico.
Como de épico, nadie lo esperaba. El equipo de AL Capone en seguida se puso por delante en el marcador, y yo observaba atentamente a Leander. Parecía tener dificultades para decidir lo que debía hacer, y al comienzo sus manos parecían fallar el balón cuando trataba de avanzar. Supuse que sus reflejos habían resultado tan alterados, que en un principio no podía controlar en absoluto sus músculos. Sin embargo, luego, fue como si se acostumbrara a su nuevo cuerpo. Cogió el balón y pareció que se le escapaba de las manos..., !pero que forma de escaparse! Descubrió un arco en el aire y atravesó el centro del aro. Las gradas estallaron en frenético aplauso, mientras que Leander contemplaba pensativamente el aro, como preguntándose que había ocurrido. Fuera lo que fuese, volvió a ocurrir otra vez..., y otra. Tan pronto como Lenader tocaba el balón, éste se elevaba describiendo un arco. Tan pronto como se elevaba, se curvaba hacia la canasta. Sucedía tan de repente, que nadie veía jamás a Leander apuntar ni hacer absolutamente ningún esfuerzo. Interpretando ésto como una prueba de maestría, la multitud se puso histérica.
Sin embargo, luego, como era de esperar, sucedió lo inevitable, y el partido se hundió en un caos total. Brotaban silbidos de las tribunas; los alumnos de rostros llenos de cicatrices, que animaban al reformatorio Al Capone, proferían violentas observaciones de carácter insultante, y por todas partes de producían peleas a puñetazos entre el público.
Lo que yo no había dicho a Azazel, creyendo que se trataba de algo evidente, y lo que él no había advertido; era que las dos canastas de la pista no eran iguales: una correspondía al equipo local y la otra al equipo visitante, y que cada jugador lanzaba el balón hacia la canasta apropiada. Y el balón, con toda la lamentable ignorancia de un objeto inanimado, en cuanto Leander lo tocaba, se elevaba hacia la canasta mas próxima. El resultado era que, una y otra vez, Leander se las arreglaba para introducir el balón en la canasta en que no debía. Persistió en hacerlo, pese a los amables reproches del entrenador del Nerdsville, Claws (Pop) McFang, que se desgañitaba a gritos por entre la espuma que le cubría los labios. Pop McFang enseñó los dientes con un suspiro de tristeza por tener que expulsar a Leander del partido y lloró abiertamente cuando le quitaron los dedos de la garganta de Leander para que pudiera llevarse a efecto la expulsión.
Amigo mío, Lenader nunca volvió a ser el mismo. Naturalmente, yo había pensado que buscaría refugio en la bebida y se convertiría en un torvo y pensativo alcohólico. Éso lo habría comprendido. No obstante, aun cayó más bajo. Se volvió hacia sus estudios. Bajo la despreciativa, y a veces incluso compasiva, mirada de sus condiscípulos, iba de clase en clase, sepultaba la cabeza entre los libros y descendía hacia las cenagosas profundidades de la ciencia. Durante todo ese tiempo, sin embargo, Juniper se aferró a él. Me necesita, decía, con los ojos empanados por las lágrimas. Sacrificándolo todo, se caso con él una vez que ambos se graduaron. Y continuó manteniéndose unida a él, incluso mientras caía al más profundo de los abismos, al ser estigmatizado con un doctorado en Física. Él y Juniper viven ahora en un pequeño apartamento situado en alguna parte del lado oeste. Él enseña física y ella realiza investigaciones sobre Cosmogonía, según tengo entendido. Él gana 60,000 dólares al año, y entre quienes le conocieron cuando era un deportista respetable, se dice, en horrorizados susurros, que es un posible candidato al premio Nobel. Juniper nunca se queja, y se mantiene fiel a su ídolo caído. Ni con palabras ni con hechos expresa jamás ningún sentimiento de pérdida, pero no puede engañar a su viejo padrino. Sé muy bien que, a veces, piensa melancólicamente en la mansión cubierta de enredaderas que nunca tendrá y en las ondulantes colinas y distantes horizontes de la pequeña finca de sus sueños.
-Ésa es la historia- dijo George, mientras recogía el cambio que había traído el camarero y anotaba el total del recibo de la tarjeta de crédito, supongo que para poder deducirlo de sus impuestos -. Yo, en su lugar- añadió -, dejaría una generosa propina.
Así lo hice, un tanto aturdido, mientras George sonreía y se alejaba. En realidad, no me importaba que George se hubiera quedado con el cambio. Se me ocurrió que él únicamente tenía una comida, mientras que yo disponía de una historia que podía contar como propia y que me reportaría una cantidad de dinero equivalente a muchas veces el coste de la comida.
De hecho, decidí continuar almorzando con él de vez en cuando.


LOS OJOS HACEN ALGO MÁS QUE VER

Después de cientos de miles de millones de años, pensó de súbito en sí mismo como Ames. No la combinación de longitudes de ondas que a través de todo el universo era ahora el equivalente de Ames, sino el sonido en sí. Una clara memoria trajo las ondas sonoras que él no escuchó ni podía escuchar.

Su nuevo proyecto le aguzaba sus recuerdos más allá de lo usualmente recordable. Registró el vórtice energético que constituía la suma de su individualidad y las líneas de fuerza se extendieron más allá de las estrellas.

La señal de respuesta de Brock llegó.

Con seguridad, pensó Ames, él podía decírselo a Brock. Sin duda, podría hablar con cualquiera.

Los modelos fluctuantes de energía enviados por Brock, comunicaron:

—¿Vienes, Ames?

—Naturalmente.

—¿Tomarás parte en el torneo?

—¡Sí! —Las líneas de fuerza de Ames fluctuaron irregularmente—. Pensé en una forma artística completamente nueva. Algo realmente insólito.

—¡Qué despilfarro de esfuerzo! ¿Cómo puedes creer que una nueva variante pueda ser concebida tras doscientos mil millones de años? Nada puede haber que sea nuevo.

Por un momento Brock quedó fuera de fase e interrumpió la comunicación, y Ames se apresuró en ajustar sus líneas de fuerza. Captó el flujo de los pensamientos de otros emanadores mientras lo hizo; captó la poderosa visión de la extensa galaxia contra el terciopelo de la nada, y las líneas de fuerza pulsada en forma incesante por una multitudinaria vida energética, discurriendo entre las galaxias.

—Por favor, Brock —suplicó Ames—, absorbe mis pensamientos. No los evites. Estuve pensando en manipular la Materia. ¡Imagínate! Una sinfonía de Materia. ¿Por qué molestarse con Energía? Es cierto que nada hay de nuevo en la Energía. ¿Cómo podría ser de otra forma? ¿No nos enseña esto que debemos experimentar con la Materia?

—¡Materia!

Ames interpretó las vibraciones energéticas de Brock como un claro gesto de disgusto.

—¿Por qué no? —dijo—. Nosotros mismos fuimos Materia en otros tiempos… ¡Oh, quizás un trillón de años atrás! ¿Por qué no construir objetos en un medio material? O con formas abstractas, o... escucha, Brock... ¿Por qué no construir una imitación nuestra con Materia, una Materia a nuestra imagen y semejanza, tal como fuimos alguna vez?

—No recuerdo cómo fuimos —dijo Brock—. Nadie lo recuerda.

—Yo lo recuerdo —dijo Ames con seguridad—. No he pensado sino en eso y estoy comenzando a recordar. Brock, déjame que te lo muestre. Dime si tengo razón. Dímelo.

—No. Es ridículo. Es... repugnante.

—Déjame intentarlo, Brock. Hemos sido amigos desde los inicios cuando irradiamos juntos nuestra energía vital, desde el momento en que nos convertimos en lo que ahora somos. ¡Por favor, Brock!

—De acuerdo, pero hazlo rápido.

Ames no sentía aquel temblor a lo largo de sus líneas de fuerza desde... ¿desde cuándo? Si lo intentaba ahora para Brock y funcionaba, se atrevería a manipular la Materia ante la Asamblea de Seres Energéticos que, durante tanto tiempo, esperaban algo novedoso.

La Materia era muy escasa entre las galaxias, pero Ames la reunió, la juntó en un radio de varios años-luz, escogiendo los átomos, dotándola de consistencia arcillosa y conformándola en sentido ovoide.

—¿No lo recuerdas, Brock? —preguntó suavemente—. ¿No era algo parecido?

El vórtice de Brock tembló al entrar en fase.

—No me obligues a recordar. No recuerdo nada.

—Existía una cúspide y ellos la llamaban cabeza. Lo recuerdo tan claramente como te lo digo ahora. —Efectuó una pausa y luego continuó—. Mira, ¿recuerdas algo así?

Sobre la parte superior del ovoide apareció la «cabeza».

—¿Qué es eso? —preguntó Brock.

—Es la palabra que designa la cabeza. Los símbolos que representan el sonido de la palabra. Dime que lo recuerdas, Brock.

—Había algo más —dijo Brock con dudas—. Había algo en medio.

Una forma abultada surgió.

—¡Sí! —exclamó Ames—. ¡Es la nariz! —Y la palabra «nariz» apareció en su lugar—. Y también había ojos a cada lado: «Ojo izquierdo..., Ojo derecho».

Ames contempló lo que había conformado, sus líneas de fuerza palpitaban lentamente. ¿Estaba seguro que era algo así?

—La boca y la barbilla —dijo luego— y la nuez de Adán y las clavículas. Recuerdo bien todas las palabras. —Y todas ellas aparecieron escritas junto a la figura ovoide.

—No pensaba en estas cosas desde hace cientos de millones de años —dijo Brock—. ¿Por qué me haces recordarlas? ¿Por qué?

Ames permaneció sumido en sus pensamientos.

—Algo más. Órganos para oír. Algo para escuchar las ondas acústicas. ¡Oídos! ¿Dónde estaban? ¡No puedo recordar dónde estaban!

—¡Olvídalo! —gritó Brock—. ¡Olvídate de los oídos y de todo lo demás! ¡No recuerdes!

—¿Qué hay de malo en recordar? —replicó Ames, desconcertado.

—Porque el exterior no era tan rugoso y frío como eso, sino cálido y suave. Los ojos miraban con ternura y estaban vivos y los labios de la boca temblaban y eran suaves sobre los míos.

Las líneas de fuerza de Brock palpitaban y se agitaban, palpitaban y se agitaban.

—¡Lo lamento! —dijo Ames—. ¡Lo lamento!

—Me has recordado que en otro tiempo fui mujer y supe amar, que esos ojos hacían algo más que ver y que no había nadie que lo hiciera por mí... y ahora no tengo ojos para hacerlo.

Con violencia, ella añadió una porción de materia a la rugosa y áspera cabeza y dijo:

—Ahora, deja que ellos lo hagan —y desapareció.

Y Ames vio y recordó que en otro tiempo él fue un hombre. La fuerza de su vórtice partió la cabeza en dos y partió a través de las galaxias siguiendo las huellas energéticas de Brock, de vuelta al infinito destino de la vida.

Y los ojos de la destrozada cabeza de Materia aún centelleaban con lo que Brock colocó allí en representación de las lágrimas. La cabeza de Materia hizo lo que los seres energéticos ya no podían hacer y lloró por toda la humanidad y por la frágil belleza de los cuerpos que abandonaron un billón de años atrás.

domingo, 5 de agosto de 2012

La Conjuración Sagrada - Georges Bataille



ACÉPHALE

La Conjuración Sagrada
(Georges Bataille)

Una nación ya vieja y corrompida que sacudiera con coraje el yugo de su gobierno monárquico para adoptar uno republicano, no podría sostenerse sino por medio de crímenes, porque está ya en el crimen, y si quisiera pasar del crimen a la virtud, es decir, de un estado violento a un estado apacible, caería en una inercia cuyo inmediato resultado sería la ruina certera.
Marqués de Sade

La que tenía rostro político, se desenmascarará, un día, como movimiento religioso.
Kierkegaard

Hoy solitarios, ustedes, que viven separados, serán algún día un pueblo. Los que se han designados a sí mismos formarán un día un pueblo designado, y de este pueblo nacerá la existencia que supera al hombre.
Nietzsche

Lo que hemos emprendido no debe ser confundido con ninguna otra cosa, no puede ser limitado a la expresión de un pensamiento, y todavía menos a lo que justamente es considerado como arte.

Es necesario producir y comer: muchas cosas son necesarias y no por ello son algo, y lo mismo ocurre con la agitación política.

¿Quién sueña, antes de haber luchado hasta el final, con dejar el lugar a los hombres que es imposible contemplar sin experimentar la necesidad de destruirlos? Pero si nada pudiera encontrarse más allá de la actividad política, la avidez humana solamente se enfrentaría con el vacío.

SOMOS FEROZMENTE RELIGIOSOS y, en la medida en que nuestra existencia es la condena de todo lo que hoy se reconoce, una exigencia interior reclama que seamos igualmente imperiosos.

Lo que emprendemos es una guerra.

Es tiempo de abandonar el mundo de los civilizados y su luz. Es demasiado tarde para pretender ser razonable e instruido, pues esto condujo a una vida sin atractivos. Secretamente o no, es necesario convertirnos en otros o dejar de ser.

El mundo al que hemos pertenecido no propone nada para amar más allá de cada insuficiencia individual: su existencia se limita a su comodidad. Un mundo que no puede ser amado hasta morir –de la misma manera que un hombre ama a una mujer- representa solamente el interés y la obligación hacia el trabajo. Si se compara con los mundos desaparecidos, es odioso y aparece como el más fallido de todos.

En los mundos desaparecidos fue posible perderse en el éxtasis, lo que es imposible en el mundo de la vulgaridad instruida. Las ventajas de la civilización son compensadas por la manera en que los hombres las aprovechan: los hombres actuales las aprovechan para convertirse en los más degradantes de todos los seres que han existido.

La vida tiene siempre lugar en un tumulto sin cohesión aparente, pero no encuentra su grandeza y su realidad más que en el éxtasis y en el amor extático. Quien se obstina en ignorar o en desconocer el éxtasis es un ser incompleto cuyo pensamiento se reduce ala análisis. La existencia no es solamente un vacío agitado, es una danza que obliga a bailar con fanatismo. El pensamiento que no tiene por objeto un fragmento muerto existe interiormente de la misma manera que las llamas.

Es preciso volverse lo bastante firme e inquebrantable como para que la existencia del mundo de la civilización parezca finalmente incierta. Es inútil responder a aquellos que pueden creer en la existencia de ese mundo y lo toman como pretexto: si hablan, es posible mirarlos sin escucharlos e, incluso cuando se los mira, no “ver” sino lo que existe lejos detrás de ellos. Es preciso rechazar el aburrimiento y vivir solamente de lo que fascina.

En ese camino sería vano agitarse y buscar atraer a aquellos que tienen  veleidades tales como pasar el tiempo, reír o convertirse individualmente en raros. Es preciso aventurarse en él sin mirar hacia atrás y sin tener en cuenta a aquellos que no tienen la fuerza para olvidar la realidad inmediata.

La vida humana está exedida por servir de cabeza y de razón al universo. En la medida en que se convierte en esa cabeza y en esa razón, en la medida en que se convierte en necesaria para el universo, acepta una servidumbre. Si no es libre, la existencia se convierte en vacía o neutra, y si es librees un juego. La Tierra, mientras engendraba solamente cataclismos, árboles o pájaros, era un universo libre: la fascinación de la libertad se empañó cuando la Tierra produjo un ser que exigía la necesidad como ley por encima del universo. El hombre siguió siendo sin embargo libre de no responder a ninguna necesidad: es libre de parecerse a todo lo que no es él mismo en el universo. Puede apartar el pensamiento de que él o Dios impide al resto de las cosas ser absurdas.

El hombre escapó de su cabeza como el condenado de la prisión.

Encontró más allá de sí mismo no a Dios, que es la prohibición del crimen, sino a un ser que ignora la prohibición. Más allá de lo que soy, reencuentro un ser que me hace reír porque no tiene cabeza, que me llena de angustia porque está hecho de inocencia y de crimen: tiene un arma de hierro en su mano izquierda, llamas que parecen un corazón de sacrificio en su mano derecha. Reúne en una misma erupción el Nacimiento y la Muerte. No es un hombre. Tampoco es un dios. No es yo, pero es más yo que yo: su vientre es el dédalo en el que se perdió a sí mismo, en el que me pierdo con él y en el cual me vuelvo a encontrar siendo él, es decir, monstruo.

Lo que pienso y lo que imagino no lo pensé ni lo imaginé solo. Escribo en una pequeña casa fría de un pueblo de pescadores, y un perro acaba de aullar en la noche. Mi habitación está cerca de la cocina donde André Masson se mueve felizmente, y canta: en el mismo momento en el que estoy escribiendo, caba de poner en el fonógrafo el disco de la obertura de Don Juan: Más que cualquier otra cosa, la obertura de Don Juan vincula lo que me tocó en suerte de la existencia con un desafío que me abre al arrebato fuera de mí. En ese instante incluso contemplo a ese ser acéfalo, el intruso compuesto por dos intenciones, igualmente desbocadas, convertirse en la “Tumba de Don Juan”. Cuando hace unos días estaba con Masson en esta cocina, sentado con un vaso de vino en la mano, mientras que él, imaginándose de repente su propia muerte y la muerte de los suyos, con los ojos fijos, sufriendo, casi gritaba que era preciso que la muerte se convirtiera en una muerte afectuosa y pasionada, gritaba su odio hacia un mundo que impone, hasta sobre la muerte, su pata de empleado, yo no podía dudar de que la suerte y el tumulto infinito de la vida humana estuvieran abiertos para aquellos que no podían ya existir como ojos reventados, sino como videntes arrebatados por un sueño estremecedor que no puede pertenecerles.

Tossa, 29 de abril de 1936