jueves, 17 de mayo de 2007

A. Rimbaud

El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento total. El busca su alma, la analiza, la tienta, la comprende. Desde que la conoce, debe cultivarla; esto parece simple: en todo cerebro se cumple un desarrollo natural, ¡tantos egoístas se declaran autores; hay tantos otros que se atribuyen su progreso intelectual! pero se trata de hacer el alma monstruosa; a semejanza de los compra-chicos, ¡y qué! Imagínese un hombre que se injerta verrugas en la cara y las cultiva.
Digo que es preciso ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, del sufrimiento, de la locura; él busca por sí mismo, agota en sí todos los venenos para no guardar de ellos sino las quintaesencias. Inefable tortura para la que tiene necesidad de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana por la que llega a ser entre todos el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito -¡y el supremo sabio! - ¡Pues llega a lo desconocido! ¡Puesto que ha cultivado su alma, ya rica, más que ninguno! llega a lo desconocido y, cuando enloquecido termine por perder la inteligencia de sus visiones, ¡él las ha visto! ¡Que reviente en su salto por las cosas inauditas e innumerables; vendrán otros horribles trabajadores; empezarán por los horizontes donde el otro se ha hundido!

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