lunes, 19 de julio de 2010


William Blake,
Los buenos y los malos ángeles,
hacia 1793, 1794

Partidario del ideal revolucionario de libertad y adversario de todo tutelaje moral y político, Blake redactó en 1790, con sus proverbios del Cielo y del Infierno (Marriage of Heaven and Hell), una agria polémica contra los valores tradicionales del Bien y del Mal asimilados en el alma y cuerpo "Lo cierto es que el cuerpo del hombre no se diferencia del alma. Pues lo que se llama cuerpo, es parte del alma, percibido por los cinco sentidos (...). La única vida es la energía, y ésta proviene del cuerpo; la razón (...) es el límite externo de la energía". Según el modelo cabalístico, los mundos inferiores son reflejo de los mundos superiores de luz, y por consiguiente todos los valores terrenales y las representaciones morales en este mundo se ven como invertidos en un espejo. Blake compara esta inversión de valores con la inversión característica de las cajas tipográficas.

La ilustración de arriba evoca una visión de Jacob Boehme en la que el cielo y la tierra están mutuamente imbricados como el alma y el cuerpo, "y sin embargo, la naturaleza de uno no se manifiesta al otro". Los fecundos ángeles celestes "flotan en las dulces aguas de la matriz", y los ángeles infernales y estériles "están encerrados en el implacable fuego de la ira". (Boehme)

"Es menester que busquemos la luz: pero es una luz tan delgada y espiritual, que no podemos asirla, por eso tenemos que buscar su morada, la substancia celeste, etérea y oleaginosa." Así formuló en 1651 su teoría de la luz el Rosa-Cruz inglés Thomas Vaughan (conocido bajo el seudónimo de Philaletes), algunos años antes de que su compatriota Newton iniciase sus experimentos sobre la luz, en los que "sometía a tormento" (Goethe) a la luz, que en su opinión se componía de corpúsculos, sólidos.
Sin embargo, no fue la teoría mecanicista de los corpúsculos, sino la idea alquimista de la "virtud cohesiva de lo oleaginoso, como principio sulfúrico de condensación, lo que permitió elaborar la ley de la gravitación y de la fuerza eléctrica de atracción. (Gad Freudenthal, Die elektrische Anziehung im 17. Jh, [La atracción eléctrica en el siglo XVII] (...), en: Die Alchemie in der europäischen Kultur- und Wissenschaftsgeschichte [La alquimia en la historia europea de la civilización y de la ciencia], Wiesbaden, 1986).

En su tratado hermético "Siris", editado en 1744, el obispo George Berkeley reitera su convicción de que puede fabricarse oro condensando la luz e "introduciéndola en los poros del mercurio". También Newton opinaba que la luz podía convertirse en materia, y viceversa. Hasta ahora nadie ha podido refutar esa opinión, al contrario: los más recientes descubrimientos científicos del siglo XX permiten deducir que la materia es luz condensada.

El concepto paracélsico de "luz de la Naturaleza" que penetra en todos los planos visibles e invisibles del universo, corresponde a la concepción gnóstica de la luz interior o rayo divino, que, encerrada en la materia, la ilumina a partir del centro.

A comienzos del siglo XVII, la teoría cartesiana de los corpúsculos produce el paso de una concepción orgánica del mundo a otra mecanicista y matemática. Los alquimistas experimentales y los partidarios de la alquimia tradicional, tachados ahora de "paracélsicos exaltados", mantienen posturas irreconciliables y mutuamente intransigentes.

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