jueves, 26 de julio de 2007


Antonin Artaud

Lo difícil es encontrar su lugar exacto y reencontrar la comunicación consigo mismo. El todo está en una cierta floculación de las cosas, en el parecido de toda esa pedrería mental alrededor de un punto que está precisamente por encontrar.
Y he aquí lo que pienso de la mente:
SEGURAMENTE LA INSPIRACIÓN EXISTE
Y hay un punto fosforescente donde toda la realidad se reencuentra, pero transformada, metamorfoseada -¿y por qué?-, un punto de mágica utilidad de las cosas. Y creo en los aerolitos mentales, en las cosmogonías individuales.
Sabéis lo que es la sensibilidad suspendida, esa vitalidad terrorífica y partida en dos, ese punto de cohesión necesaria en la que el ser no se alza más, ese sitio amenazador, ese lugar aterrante.
***
Si uno pudiera probar solamente su nada, si uno pudiera reposar en su nada y que esa nada no fuera una cierta forma de ser, pero tampoco la muerte total.
Es tan duro dejar de existir, dejar de estar dentro de algo. El verdadero dolor es sentir cómo se desplaza nuestro pensamiento en uno mismo. Pero el pensamiento como un punto no es seguramente un sufrimiento.
Estoy en el instante en que no me aferro más a la vida, pero llevo conmigo todos los apetitos y las insistentes titilaciones del ser. No tengo más que una ocupación: volverme a hacer.
***
Hay una angustia ácida y turbia, tan potente como un cuchillo, y en la que el descuartizamiento tiene el peso de la tierra, una angustia de relámpagos, en puntuación de simas, cerradas y apretadas, como chinches, como piojos duros, cuyos movimientos están congelados, una angustia donde el espíritu se estrangula y se corta a sí mismo -se mata.
No consume nada que no le pertenezca, nace de su propia asfixia.
Es una congelación hasta la médula, una ausencia de fuego mental, una carencia de circulación de la vida.
Pero la angustia opiácea tiene otro color, no tiene esa caída metafísica, esta maravillosa imperfección de acento. La imagino llena de ecos y de cuevas, de laberintos, de retornos; llena de lenguas de fuego parlantes, de ojos mentales en acción y del chasquido de un sombrío rayo, pleno de razón.
Pero entonces imagino bien centrada al alma, y siempre en el infinito divisible, y transportable como algo que es. Imagino al alma sensible, que a la vez lucha y consiente y hace girar sus lenguas en todos los sentidos, multiplica su sexo -y se mata.
Es necesario conocer la verdadera nada deshilada, la nada que no tiene ya órgano. La nada del opio tiene en sí la forma de una frente que piensa, que ha encontrado el sitio del negro orificio.
Yo hablo de la ausencia de orificio, de un sufrimiento frío y sin imágenes, sin sentimientos, que es como un choque indescriptible de fracasos.

No hay comentarios: